Biblioteca Familiar
-
Elementos del amor conyugal
Lo que no significa que lo hayan realizado plenamente, sino tan sólo que han comenzado a vivirlo. En efecto, el resto de su vida lo pasarán procurando hacer realidad su amor conyugal e intentando dar y recibir todo aquello que los mejore como cónyuges. Su vida matrimonial será un esfuerzo nunca interrumpido en el que intervendrán los éxitos y los fracasos; la generosidad y la amargura, y las alegrías y las penas.
Es decir, un conjunto de realidades inevitables, de detalles aparentemente insignificantes, pero que resultan heroicos y decisivos en el cotidiano ejercicio de la fidelidad.
En todo este proceso interviene el amor, que, si bien no alcanzará su plenitud desde el primer día, será en cambio una búsqueda incesante e ilusionada.
Al principio los cónyuges pueden experimentar un cariño muy fuerte, ya que éste es producto del enamoramiento, pero sólo llegarán a quererse de verdad tras un largo proceso de maduración personal.
El día de la boda comienza lo que ha de desarrollarse durante toda la vida.
El amor auténtico exige un proceso constante, una superación continua. No admite la rutina. Si no se procura acrecentarlo y renovarlo sin cesar, entonces siempre estará en peligro de languidecer. Y un cariño que se entibia mata la felicidad y despoja de sentido a la fidelidad.
El encuentro verdadero y total no se realiza de un día para otro ni bastan dos o tres años de trato.
Al casarse, los cónyuges adquieren el compromiso de incrementar su amor. Desde luego, comenzar es fácil, pero lo que importa es llegar a la meta. Los problemas y los dolores (que nunca faltan) no ponen en peligro al amor; al contrario lo consolidan y lo confirman. El sacrificio compartido une profundamente a las personas.
Los esposos tienen un compromiso: crecer en el amor.
El hombre y la mujer encontrarán su plena realización en saber amar en ser amados.
El primer deber de los cónyuges es quererse.
Se despeja así un nuevo horizonte en el matrimonio, entendido éste como instrumento de perfección.
El amor matrimonial se basa en la diferenciación sexual entre el varón y la mujer. Ambos se reúnen en cuanto sexualmente son distintos y complementarios.
El amor conyugal hunde sus raíces en el terreno de la complementariedad natural que existe entre el hombre y la mujer, y se alimenta de la voluntad personal de los esposos de compartir íntegramente su proyecto de vida, todo lo que tienen y todo lo que son.
La unión matrimonial es, así, el fruto de una exigencia profundamente humana.
1. Amor conyugal. Es el amor plenamente humano, es decir, sensible, afectivo y espiritual al mismo tiempo. No es una simple efusión del instinto y del sentimiento, sino que es también –y principalmente– un acto de voluntad libre destinado a mantenerse en pie y a crecer a través de las alegrías y los dolores de la vida cotidiana, de tal forma que ello le permita a los esposos convertirse en un solo corazón y alcanzar juntos su perfección humana.
2. Amor total. Es una forma singular de amistad personal por cuyo medio los esposos comparten generosamente todo, sin reservas ni cálculos egoístas.
La amistad se basa en cierta igualdad. En el matrimonio, el hombre y la mujer sexualmente distintos son iguales por cuanto tienen la misma dignidad y gozan de los mismos derechos como personas.
Por tanto, la entrega total que exige el matrimonio sólo es posible en un clima de amistad conyugal y de amor por el otro. De aquí que el amor conyugal exija fidelidad para ser verdadero, es decir, que un hombre ame a una sola mujer y una mujer ame a un solo hombre, de modo que su vínculo resulte indisoluble y perpetuo.
En el amor conyugal no se puede aceptar parcialmente al otro; antes bien, hay que tomarlo con todas sus características. Por esta razón, amar al cónyuge aceptando solamente algunas de sus cualidades porque éstas nos proporcionan deleite equivale a considerarlo un objeto.
Entre los elementos de ese todo figura la sexualidad. Una unión sexual sin un amor maduro es un acto irresponsable que, lejos de construir, destruye.
3. Amor fiel y exclusivo. Es la unión de un hombre con una mujer para siempre.
Si no es lícito que la mujer tenga varios maridos debido a la incertidumbre que ello introduciría por lo que se refiere a la responsabilidad paterna de la prole, así tampoco el hombre debe tener varias mujeres, ya que entonces no existiría verdadera amistad entre hombre y mujer, sino más bien una relación de servidumbre.
El amor sexual entre hombre y mujer exige psicológicamente la exclusividad: el sentirse amado o amada por la persona gracias a la cual la vida adquiere sentido.
En cuanto el amor sensible madura aparecen los celos, los cuales no son sino manifestación de esa tendencia a la fidelidad que dice: “Quiero ser tuyo, te quiero para mí”.
Por lo demás, la infidelidad dificulta mucho la educación de los hijos:
• Por la humillación que esto representa para el cónyuge ofendido.
• Por el mal ejemplo que se da a los hijos.
• Por la falta de paz y armonía que termina por destruir el hogar.
El amor fiel, exclusivo y para siempre es asumido como un compromiso por los cónyuges en el momento en que aceptan libremente y con plena conciencia el vínculo matrimonial y todas las obligaciones que éste conlleva.
La fidelidad responde a la más profunda necesidad del amor sexual.
4. Amor indisoluble. Ello significa que el vínculo matrimonial es permanente. Se rompe únicamente en caso de que fallezca uno de los cónyuges. La indisolubilidad de la relación conyugal responde también a profundas exigencias humanas y resulta condición indispensable para la felicidad de los esposos y para la seguridad y la tranquilidad de los hijos.
El amor verdadero, en la medida en que es entrega de una persona a otra, no puede estar condicionado; no es posible fijar límites al amor sin con ello falsificarlo radicalmente.
La donación física es un engaño cuando no es la expresión de una donación total. Si uno de los cónyuges se reserva la posibilidad de decidir su futuro de manera independiente, entonces su entrega ya no es total.
La solidez del amor conyugal lo defiende de los altibajos del sentimiento y asegura la protección del más débil, que de otra manera quedaría en situación de inferioridad y sería objeto de discriminación.
Para que el amor conyugal se desarrolle en plenitud hace falta tiempo, pues es labor de toda una vida. No se puede lograra en unos pocos años lo que ha de irse conquistando a lo largo de toda la existencia. Como los paracaídas, el amor de los esposos necesita cobrar altura para poder desplegarse.
Todos desean ser amados para siempre. ¿Quién quisiera que terminara su amor?
5. Amor fecundo. Es el amor que no se agota en la unión de los esposos, sino que está destinado a prolongarse mediante la procreación de otras vidas.
Los hijos constituyen una de las razones más poderosas de la indisolubilidad del matrimonio. La educación de los hijos, en efecto, lleva muchos años, por no decir que toda la vida. Así, esta labor exige que los padres colaboren al unísono y conjunten sus esfuerzos.
Los hijos son de ambos padres, y por eso necesitan tanto al padre como a la madre.
El amor auténtico mira a toda persona y a todo en la persona: cuerpo y vida interior, virtudes y defectos, coincidencias y divergencias.
Un falso concepto del matrimonio sería considerarlo exclusivamente un medio de procreación que pudiese prescindir del amor; pero sería igualmente equivocado o pretender excluir a los hijos de la relación conyugal buscando en ésta sólo la dimensión amorosa.
El matrimonio reclama armonizar la unión física y afectiva con la afinidad espiritual. Ello es porque si no hay unión en cualquiera de las dimensiones del amor conyugal mencionadas, entonces el matrimonio perderá estabilidad.
Cuando los esposos se quieren de veras buscan incesantemente perfeccionar sus relaciones sexuales a la par que procuran consolidar juntos su proyecto de vida.
Es en ese perfeccionamiento del amor en el que invertirán sus años de vida matrimonial. Y ello implicará superar fricciones, dificultades e incomprensiones con una sonrisa, con optimismo, con inversión de esfuerzo, etc. Sólo así se puede uno empeñar en la lucha que persigue la felicidad de dos.