Un recuerdo de Papo

Las personas se van y dejan huella. La huella puede ser tan profunda que se transforma en un ejemplo de vida a seguir, como el de este testimonio que transmiten los hijos y cuñados de “Papo”.

2007-03-19

"Papo, así lo llamamos, era de corazón grande. Supo querer a mucha gente y tenía la cualidad de hacerse querer por todos. Sin lugar a dudas el cariño y la delicadeza en el trato eran sus virtudes sobresalientes.

A su esposa con frecuencia la llamaba “MI ÁNGEL”. Seguramente nos acostumbramos a escucharlo pero en este momento nos damos cuenta el significado y la dulzura que encerraba este adjetivo. También la llamaba Mamitui o Mamiturungüi; porque tenía creatividad y cariño para los apodos familiares. Así contribuyó ampliamente a la jerga familiar que hoy sería muy larga de contar.

También fue un patriota en el sentido amplio del término. Estaba orgulloso de haber nacido en Uruguay y quería hacer cosas grandes. La salida democrática, la educación en general, la universidad pública y privada y la justicia fueron temas que siempre lo ocuparon. En muchas ocasiones aportó soluciones jurídicas y políticas. Siempre contribuyó al diálogo social. Cuando le tocó ejercer cargos públicos, tuvo la clara conciencia de que debía priorizar la función antes que su persona.

Antes que el lucimiento personal estaba su calidad de jefe de servicio, atento siempre a dirigir en forma personal el buen funcionamiento de todas las oficinas comprendidas en el organismo que representaba. Estaba en todos los detalles concernientes a los funcionarios; era su norma estar antes que todos e irse el último. Al llegar, tenía la delicadeza de saludar a todo el personal sin importar su jerarquía. Estaba atento a todas las necesidades, sobre todo, del personal de más baja categoría, aportaba su preocupación, su esfuerzo, su tiempo, y hasta su propio dinero en auxiliar sus necesidades.

Nunca quiso gozar de privilegios, ni siquiera de aquellos legítimos y normales, (como el uso del auto oficial, del chofer, o de viajes). Aún con mayor rango, tenía la humildad de presentarse ante la persona con quien debía tratar un tema antes que convocarlo a su oficina. Nunca quiso aceptar regalos. En todo caso, los hacía inventariar, para que sirvieran a la oficina donde estaba destinado.

Su vida estuvo marcada por la austeridad en lo personal y su generosidad con todos aquellos que se le acercaban para solicitarle alguna ayuda. Su casa era un constante peregrinaje de personas a las cuales no negaba ayuda o colaboración económica. Llegó un punto que tuvo que cerrar el portón de entrada.  Se le ocurrió entonces poner un cartel que decía “por donaciones llamar al teléfono xxx”. Lógicamente, lo hicimos desistir de la iniciativa por el riesgo que implicaba a su propia seguridad y a la intimidad familiar.

Fue un gran profesor, sembró en sus alumnos interés por la materia, se destacaba por la claridad de exposición y rápidamente capturaba la atención de la audiencia. Su inteligencia y memoria prodigiosas, hacía que las personas que lo escuchaban, ya sea en exposiciones académicas o en reuniones informales quedaran asombrados y cautivados por la riqueza de contenido.

No desistía en su afán por influir positivamente en la opinión pública. Defendía ideales con firmeza y al mismo tiempo buscaba sembrar armonía.

Pero más allá de sus cualidades intelectuales, su honestidad, su generosidad con los más necesitados, relucía en su personalidad una especial ternura, una capacidad de querer a todos, y sobre todo, de perdonar y de pedir perdón. Lo hacía con frecuencia cuando percibía que podía haber disgustado o lastimado a alguien, aunque fuera en lo más pequeño o insignificante.

Buscó siempre superarse espiritualmente, meditar acerca de su vida y de todo lo que le ocurría (lo hacía todas las mañanas al levantarse). Aún sin pretenderlo y sin tener conciencia de ello, lograba inspirar los mejores y más elevados sentimientos, fundamentalmente: la misericordia, la compasión y la comprensión.”

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