Mi bicicleta verde

“En éstas oportunidades, ser dueño de una bicicleta, era una carga más que un placer. Han pasado varios años y hoy, ya sin la bicicleta verde,…sé que, en parte me permitió…valorar muchas cosas que de lo contrario, habrían pasado desapercibidas para una adolescente.”

2004-11-24

Cuando crecí un poco, tuve una bicicleta verde que sería mi compañera de ruta por muchos años. Me llevó a la escuela en mis últimos años escolares. A las 9:30 salíamos, mi hermana y yo, camino a la escuela. Escuela rural. Los días de lluvia teníamos dos opciones: una, alzar la bicicleta cuando el camino se convertía en barro y, si igual se atascaba, sacarle el barro con un palo; la otra, cruzar la bici al campo de los vecinos y pedalear por el trillo que estuviera más firme. Cuando llegaron los días del liceo, el trayecto se volvió kilométrico. ¿Por qué? Pues, porque de casa al liceo habían, nada más y nada menos que cinco kilómetros de ida y cinco de vuelta. La mitad del camino era de camino vecinal y la otra, de asfalto. ¡Qué lindo pedalear en el asfalto! No importaba si el viento estaba de frente, ya no tenía el odioso barro que se acumulaba en las ruedas. El esfuerzo de los repechos se veía recompensado con las bajadas donde las piernas descansaban por unos minutos. Ver llegar el repecho y pararme en los pedales era todo uno. Realmente, era un desafío enfrentar, además del repecho, el viento cuando soplaba de frente al camino. Con la práctica, el dominio sobre la "bici" era casi completo. Casi, porque los imprevistos surgían algunas veces, haciendo que volara en una curva o se engancharan los manubrios con la que pedaleaba al costado. Porque éramos varios los que recorríamos el trayecto desde nuestros hogares al liceo, en este vehículo. En los tiempos que pasé en casa de mis tíos, salíamos mis primas y yo, cada una en una bicicleta; algunas veces se sumaban compañeros por el camino. ¡Qué tiempos! Con los cuadernos bajo el brazo y, algunas veces, sueltos de las dos manos, nos atrevíamos a doblar por las calles sin tomarnos del manubrio. ¡Juventud audaz! Cambiar una cubierta, emparchar una cámara, inflar las ruedas, ajustar y aceitar la cadena (aceite que nos obligaba a usar un "palillo" en la pierna, cuya función era evitar que el pantalón se "aceitase" y/o enredase en la cadena), apretar los frenos, centrar las ruedas y lavarla, eran tareas de rutina en la que muchas veces empleaba el tiempo. Pero había algo que no era tan divertido, y era cuando el "pinchazo" ocurría lejos de las casas. Caminar, con la "bici" de tiro no era, digamos, una diversión. En éstas oportunidades, ser dueño de una bicicleta, era una carga más que un placer. Han pasado varios años y hoy, ya sin la bicicleta verde, ando por placer y paseo en alguna que me presten. Antes, era el "caballito de batalla" en el que hacía los mandados, visitaba algún vecino, iba al "pueblo" y, lo más importante, durante doce años, me llevó a estudiar. A veces me pregunto si volvería a mi casa y a mi bicicleta. Entonces, me respondo ¡sí! ¡Volvería!. Porque, si bien no era lo más cómodo y confortable, era lo que tenía y sé que, en parte me permitió (junto a otras variables), valorar muchas cosas que de lo contrario, habrían pasado desapercibidas para una adolescente.

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