La historia de Esther y Fernando I
Esta historia comenzó hace muchos, muchísimos años: Por lo menos, 55 años. Es decir, hace casi toda una vida. Cuando Esther conoció a Fernando, ella tenía 18 años y él, 25. Esther, recién terminados sus estudios, trabajaba como secretaria en una importante empresa internacional y Fernando trabajaba en un banco, lo que significaba, en aquel entonces, tener un empleo seguro y un porvenir.
Esta historia comenzó hace muchos, muchísimos años: por lo menos, 55 años. Es decir, hace casi toda una vida. Eran, por supuesto, otros tiempos, otras costumbres, otras situaciones muy diversas de las actuales. Desde entonces hasta ahora ha corrido mucha agua bajo los puentes y los cambios sociales, políticos, científicos y tecnológicos han sido tan numerosos, tan brutales y tan trastornantes que se puede decir sin temor a equivocarse que lo que ayer era novedad, buena o mala, hoy simplemente no existe porque ya fue.
En aquel entonces, los valores de familia, la autoridad de los padres, el sentido de responsabilidad, el respeto mutuo, la lealtad y el valor de la palabra empeñada eran premisas en plena vigencia, aceptadas por todos sin discusión.
Después vinieron los "hippies", los Beatles, las computadoras y "otras yerbas" que sacudieron los cimientos de la sociedad a tal punto que cambiaron totalmente los esquemas y las pautas del diario vivir.
En este contexto, cuando Esther conoció a Fernando, ella tenía 18 años y él 25. Esther, recién terminados sus estudios, trabajaba como secretaria en una importante empresa internacional y Fernando trabajaba en un banco, lo que significaba tener un empleo seguro y un porvenir.
Se puede decir que desde el primer momento, la relación entre ellos fuera seria, respetuosa y formal. Los requisitos establecidos de fijar días y horas de visita se cumplieron como era lógico esperar, pero el trato entre las dos familias desde el principio fue muy dificultoso. El padre de Esther, un señor bastante mayor, era muy celoso y tal vez por eso mismo puso inconvenientes a la elección del pretendiente. La madre de Fernando, por su parte, era una española muy orgullosa y dominante que hizo valer constantemente su oposición.
Conclusión: que el novio visitaba a su novia en terreno neutral, en casa de una parienta mayor que ella, y la pareja completaba su relación con llamadas telefónicas y una salida los domingos de mañana a Misa y de tarde al cine. Así transcurrieron cuatro largos años de noviazgo que no por ser tan accidentados dejaron de tener su encanto. La ilusión siempre fue llegar al matrimonio.
A lo largo de sus cuatro largos años de noviazgo, hace ya más de 55 años, Esther y Fernando pudieron ahorrar muy poco para el casamiento, entre otras cosas porque él tenía que ayudar económicamente a su familia y lo hizo hasta el último día de su soltería.
Por otra parte, ninguna de las dos familias quería o podía ayudar, especialmente debido a la situación de tirantez que existía entre ambas. Pero, como todo tiene un fin, Esther y Fernando un día pudieron poner fecha de casamiento.
La boda se realizó por Iglesia, luego de cuya ceremonia se realizó una pequeña reunión familiar en casa de una parienta de la novia. Lo gracioso fue que, al salir de la reunión, el auto que conducía a la pareja vestidos de novios tuvo que circular por dentro de un desfile de Carnaval que se realizaba en ese preciso momento, lo que dio lugar a que menudearan los aplausos de los transeúntes cuando los vieron pasar.
Así las cosas, Esther y Fernando comenzaron una nueva etapa de su vida. Tenían por delante un camino de lucha y esfuerzo que no podían prever en un primer momento pero que intuían. Por suerte, pudieron disfrutar de un hermoso viaje en su luna de miel y, a su retorno, pudieron ir amueblando poco a poco el pequeño apartamento alquilado.
El tiempo fue pasando, en un proceso de mutua adaptación y mutuo conocimiento, para llegar a un cierto equilibrio entre dos personas que básicamente tenían mucho en común pero que, en lo coyuntural, tenían serias divergencias. Por otra parte, las situaciones con respecto a ambas familias ejercían su influencia, lo que agregaba elementos de dificultad.
Pero la vida de matrimonio es tal vez la mejor escuela para aprender a conocer al otro, para valorar lo bueno que tiene y para perdonar los errores que cometa o los defectos que tenga. Después de todo, nadie es perfecto y en las dificultades matrimoniales, seguramente ninguno de los dos tenga toda la razón, ni ninguno sea el único culpable.
Nadie dijo que la vida matrimonial fuera fácil pero, por supuesto, hay casos y casos. En este caso, las circunstancias externas no ayudaban sino al contrario. Sin embargo, Esther y Fernando permanecieron unidos por un mutuo sentido de responsabilidad. Tal vez se sentían sostenidos, consciente o inconscientemente, por aquella sentencia matrimonial tan sabia que les fue dicha el día de su boda: "Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre". Porque el matrimonio es para toda la vida, una vez y para siempre.
Ser padre para todo ser humano es un anhelo que tarde o temprano se manifiesta en algún momento de la vida. La persona siente la necesidad de prolongarse a través del tiempo y, consciente de que está aquí de paso, busca en el hijo procreado la concreción de esta esperanza que está implícita en su propia naturaleza. Esther y Fernando no escaparon a esta ley natural. Llegó el momento de pensar en prolongarse en una familia. Sin embargo, el destino no les fue muy propicio al principio. Dos embarazos de Esther espontáneamente fallidos hicieron temer la posibilidad de no poder alcanzar este proyecto de vida. Después supieron que el problema que existía era que la pareja tenía incompatibilidad sanguínea lo que en aquel entonces significaba la probabilidad de tener que cambiar toda la sangre del recién nacido en caso de peligro de vida. Por suerte, finalmente, llegó el momento en que pudieron decir "Ahora somos padres" cuando años después de casados nació una hermosa niña. Un tiempo prudencial más adelante nació un varón, aún con riesgo de vida para Esther, por lo cual por sugerencia médica, decidieron no arriesgar más hijos. La experiencia de ser padres enriqueció la vida de Esther y Fernando. A través del acierto o el error, se puede decir que ellos también crecían en su rol como padres y en su maduración como personas. Su preocupación fue formar a sus hijos en valores más que en logros materiales, sin descuidar la necesidad de una buena educación académica complementada con un contacto con diversas formas culturales que les diera una visión más armónica de la vida. Fueron años de una actividad intensa mientras los hijos crecían, años llenos de alegrías y algunas tristezas, de preocupaciones y de satisfacciones, de momentos difíciles y también de momentos inolvidables. En fin, fueron años en que la prioridad era sacar adelante esa familia que tenían en sus manos, un motivo muy fuerte por el que luchar, tiempo de olvidarse de uno mismo. Por cierto que eventualmente y a su debido tiempo, los hijos eligieron y tomaron su propio camino. Esther y Fernando, entonces, aprendieron a respetar las opciones que ellos hicieron con respecto a sus propias vidas. Había llegado el momento de dar un paso al costado y confiar en que lo que habían transmitido a sus hijos había valido la pena, aunque entre las rosas hubieran habido algunas espinas.
Esta historia continúa en La historia de Esther y Fernando II