El ejemplo de mi abuelo
Aprendimos muchas cosas de Cucucha: primero, a preocuparnos por las personas. Era un ser decididamente caritativo. Ayudaba a todos, no sólo a los que le simpatizaban. No importaba quién lo pidiera, Cucucha estaba ahí para dar una mano.
Se llamaba Francisco, pero desde chiquito le dijeron Cucucha....un apodo que no tenía nada que ver con su nombre, pero bueno, así son a veces los sobrenombres que nos ponen en la niñez. Y todos lo conocían como Cucucha.
La verdad es que era una persona sensacional. Siempre alegre y buena onda, respetaba a todo el mundo, a todos les veía algo bueno. Encontrarse casualmente con Cucucha era una fiesta: siempre un abrazo, una gran sonrisa y unas palabras de cariño.
En la familia bromeábamos con él: “Seguro que no tenés ni idea de quién es esa señora que saludaste”, le decíamos, y él respondía: “No, no sé cómo se llama, m’hija. Pero, ¿viste qué contenta se quedó? No cuesta nada ser amable con la gente, y todos lo necesitamos.”
Aprendimos muchas cosas de Cucucha: primero, a preocuparnos por las personas. Era un ser decididamente caritativo. Ayudaba a todos, no sólo a los que le simpatizaban. No importaba quién lo pidiera, Cucucha estaba ahí para dar una mano.
Y luego, una de las cosas que más admiré de él: nunca criticaba a nadie. Nunca pero nunca, lo escuché hablar mal de nadie. Siempre le buscaba el lado bueno a la gente.
Tenía bien claro lo que estaba bien y lo que estaba mal, y así nos lo transmitía, pero nunca hacía “leña del árbol caído”.
Cuando se tiene la suerte de vivir cerca de alguien así durante toda la vida, la ausencia hace que se le extrañe, pero no que se le olvide. Todo lo contrario, el ejemplo de Cucucha nos sirve para tratar de ser mejores personas cada día. Es casi una deuda pendiente .