¿Por qué no yo?

En pocas palabras, en aquel tiempo de búsqueda de un porvenir le fue muy mal, la pasó muy duro pero se aguantó solo, sin molestar a nadie.

2005-12-15

Ricardo tiene cáncer.  Se lo diagnosticaron hace pocos meses.  Ya  le hicieron varios tratamientos químicos como último recurso  para  intentar su curación o, al menos, detenerlo. Ahora está esperando los resultados de los últimos análisis previos a un auto-trasplante de médula.  Las posibilidades de una curación dependerán de la respuesta de su organismo  ante una medida tan drástica como ésta.  Pero él, aún ante la incógnita de su futuro, posee la suficiente entereza de ánimo como para enfocar la difícil situación que vive  con la misma fuerte resolución con que enfrentó muchas situaciones adversas a lo largo de su vida, e incluso lo hace hasta con un toque de buen humor.

En la actualidad, tiene 51 años.  Está en la plenitud de la vida. Es dueño de  una pequeña empresa que él creó a fuerza de coraje donde  produce y vende artículos para deportistas. Se puede decir que finalmente logró un buen pasar económico.  A su nivel de actividad,  es un empresario exitoso, de prestigio y muy apreciado, no sólo por sus clientes sino también por toda persona que lo conoce.   Es lógico:  desde niño siempre fue muy optimista,  creativo  y algo aventurero, condiciones imprescindibles para atraer la simpatía de la gente y abrirse camino en la vida.    

Cuando terminó sus estudios de bachillerato, ya quería ser independiente y se empleó en un banco local como auxiliar administrativo.  Allí trabajó un par de años pero  un día decidió irse de la  casa familiar en busca de un  porvenir fuera de su país porque el trabajo que tenía era muy rutinario y a él simplemente no le interesaba pasarse toda la vida detrás de un mostrador  haciendo números, aunque fuera una tarea segura y respetable.  Eso no le impedía, sin embargo,  ser en el Banco  el auxiliar administrativo “estrella”,  preferido por  los clientes que lo buscaban porque dominaba el arte de atender al público no sólo eficientemente sino también muy   amablemente  con su carácter siempre  cordial, alegre,  bien dispuesto y hasta bromista.  Lo que se dice era “un rico tipo” y tanto el Banco como sus clientes lamentaron mucho su alejamiento.     

Sin embargo, contrario a todo lo previsto, después que se fue del Banco y de su país, se puede decir que Ricardo  casi  “desapareció del mapa”, lo cual no condecía con su naturaleza comunicativa.  Por mucho tiempo su familia no supo por dónde andaba, qué le pasaba, qué hacía, dónde vivía.  De vez en cuando – muy de vez en cuando -- llamaba por teléfono nada más que para que supieran que estaba vivo, que todo estaba bien según decía, que estaba trabajando -- también según decía -- pero no daba mayores datos, ni siquiera una dirección para escribirle.  Un tiempo después se supo, confesado por él mismo, que él había actuado así porque había  tenido tantos problemas económicos, tantas dificultades y desilusiones de todo tipo que no quería  angustiar a su familia.  Según dijo, él había hecho la elección de irse y tenía que hacerse responsable de sus consecuencias.  En pocas palabras, en aquel tiempo de búsqueda de un porvenir le fue muy mal, la pasó muy duro pero se aguantó solo, sin molestar a nadie.  

Así pasaron unos dos o tres  años.  Objetivamente, dos o tres años no son demasiados  para el que se va y está absorbido por la lucha del día a día  y la  necesidad de abrirse un camino en la vida. Pero son muchos años para el que espera, sobre todo para el que espera noticias de un ser querido, años de preocupaciones e incertidumbres para la familia, años de silencio casi total que daban lugar a pensar cualquier cosa, menos que todo estaba bien.    

Hasta que, en determinado momento, su madre – con la intuición natural que forma parte de  la idiosincrasia femenina – presintió que a su hijo le estaba pasando algo que no era bueno.  Y comenzó a tender redes de información a partir del último llamado que había hecho y así pudo localizar a una chica que en algún momento había sido novia de él.   A través de la chica, pudo averiguar más o menos dónde podría encontrarse Ricardo  y, luego de una serie de intentos fallidos, logró ubicarlo en un pequeño y modesto apartamento de una cercana  gran ciudad.  Allí estaba él, postrado en cama, enfermo,  volando de fiebre, con una infección general, totalmente deshidratado, solo, sin atención médica y prácticamente sin dinero  para comprar remedios ni para comer.  

La llegada de la madre fue providencial para Ricardo.  Ella pudo atenderlo  y cuidarlo incansablemente  hasta que recuperó la salud.  Pero cuando él se sintió fuerte y sano nuevamente, le insistió a su madre que se volviera a  casa, prometiéndole que de ahí en adelante iba a mantenerse frecuentemente  en contacto con la familia, promesa que cumplió, como era de suponer,  alternadamente con sus acostumbrados silencios. Hasta que un día, .llamó por teléfono  para decirles que se encontraba – fiel a su espíritu aventurero -- nada más y nada menos que en un país europeo  tratando de empezar  sin capital y desde cero, una nueva aventura y una nueva vida. 

Su constancia, su ambición, su imaginación y su espíritu de luchador, sin embargo,  esta vez tuvieron su recompensa y rindieron fruto.  Comenzó con una pequeña fábrica de la cual él era el diseñador, el gerente, el vendedor  y el obrero.  No le tuvo miedo al trabajo, inventó nuevas técnicas  y lentamente pero seguro, fue abriéndose camino, encontrando mercados, .hasta que finalmente, al cabo de años de sacrificios,  llegó a hacerse un lugar en el mundo de los negocios.  Y es allí precisamente donde lo alcanzó el cáncer.  Justamente ahora.

Pero Ricardo no es persona de entregarse.  Para él la vida es lucha y por eso no pierde la esperanza.  Además de todo, es muy realista y cuando le comentaron que está comprobado estadísticamente que  una de cada tres personas en el mundo ha padecido, padece o va a padecer cáncer en un futuro, su comentario fue:  “Entonces, ¿por qué no yo?” aceptando filosóficamente,  sin rebelarse ni quejarse,  el destino que, por alguna razón, le había tocado en suerte en la ruleta de la vida.  Y  ¿quién sabe?  Todavía puede ganar.  ¿Por qué no él?     

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