Al pan, pan y al vino, vino
Cuidar el idioma que debemos legar a las generaciones futuras es nuestra responsabilidad. ¡Hagámoslo!
El idioma, la semántica de las palabras, está en crisis, pero no por ese viejo sermón de que "los chicos de ahora no leen" pues, seamos justos, conozco muchísimos chicos que leen y me considero una de ellos. La crisis de la que hablo es más profunda, más radical, y todos somos de algunas maneras responsables por ella: me refiero a la tendencia a edulcorar, enmascarar, encubrir el significado de las palabras por otras que nos son más convenientes para nuestros torcidos fines.
La manía de no llamar a las cosas por su nombre hace que se comente lo romántico de estar "libre de ataduras", "viviendo en pareja", cuando se está viviendo ligado a la irresponsabilidad, la inmadurez y el concubinato. Que se le diga "interrupción voluntaria del embarazo" (o IVE), a lo que es un aborto voluntario, y que muchos de nosotros consideramos un crimen, (el término interrupción es, además, inexacto, pues interrumpir significa detener para luego continuar, cosa imposible en lo que respecta a la vida humana).
Hace ya unas cuantas décadas que este error, u horror de decirle al pan "vino" y al vino "pan" ingresó en el arte, y muchas personas le dicen "arte posmoderno" a piezas de mala calidad (creo que afortunadamente son las menos), y lo único que las distingue es el hecho de escandalizar al espectador con su sensacionalismo y su naturaleza incomprensible.
Se les dice "niños hiperactivos" a los niños maleducados y consentidos; esto constituye una injusticia para los que verdaderamente padecen este síndrome medicable. Hay quien te recomienda algo así como "procura tener pensamientos y ondas positivas" cuando lo sensato sería ir al grano y aconsejar tener fe y esperanza. Corrupción y corrupto e ineficiente son casi malas palabras, es cierto, pero también es cierto que cuando el acto nos pertenece deben de sonar mucho mejor "viveza criolla", "si no me lo llevo yo se lo lleva otro", "lucho por lo mío", "soy un hombre que se tienta como cualquiera".
Cuando un empresario decide despedir masivamente a sus empleados de años (los sueldos más altos) lo dulcifica con el grandilocuente término de "reestructuración empresarial", y al fracaso y a la quiebra les dice "cese y disminución de actividades" respectivamente.
Los más jóvenes no escapan a esta epidemia, llaman "alegrarse", a esas borracheras en que se llega a veces hasta el coma etílico, y a las chicas las "halagan" (o al menos creen hacerlo) con los adjetivos de "yegua" y "guacha divina", que significan etimológicamente mala madre, prostituta y huérfana. - Gustavo Adolfo y yo suspiramos -. Decir que una persona está "consumiendo", pero que "sólo es un consumidor social", es en realidad decir que esa pobre persona es un adicto a las drogas.
¿Por qué no tratamos de volver a usar palabras que sean, "a un tiempo suspiros y risas, colores y notas"? Cuidar el idioma que debemos legar a las generaciones futuras es nuestra responsabilidad. ¡Hagámoslo!