Busquemos la paz
La paz no es solo ausencia de guerra. La paz procura el bien y evita el mal. Es darse a los otros. El daño que se hace cuando no hay paz verdadera es inconmensurable. Y esto en todo sentido: a nivel personal, en la familia y entre los países. Para conseguir la paz hay que saber perdonar, olvidar y comprender.
Montevideo, 1 de abril de 2004
Querida familia:
Es difícil definir lo que significa la paz. Para muchos, la paz es meramente ausencia de guerra. Esta es la definición limitada y simplista de quienes ven en la vida solamente los intereses materiales e inmediatos que dan lugar a las injusticias, las incomprensiones, los radicalismos, los egoísmos, la soberbia, las envidias: motivos todos más que suficiente de discordias y tragedias humanas.
Sin embargo, la definición de paz del hombre generoso, solidario, y profundamente humano dista mucho de esta visión. Porque este hombre que sabe lo que significa la paz en su sentido más amplio, en primer lugar ya la tiene dentro de sí porque procura el bien y evita el mal, porque sabe distinguir lo esencial de lo superfluo, porque reconoce la diferencia entre darse en servicio a los demás por amor, o utilizar a los demás como simples escalones para cumplir ambiciones personales.
Es triste ver, por ejemplo, hermanos de sangre, peleados por intereses mezquinos, por pequeñas ofensas, por envidias, o por rencillas insignificantes. Es lamentable ver familias divididas por intereses económicos, por interferencias de terceros, por intransigencias. Pero, es más trágico aún – por las consecuencias devastadoras que conlleva - ver países destruyéndose mutuamente por desmedidas ambiciones de poder, por conflictos o intereses políticos estratégicos o sociales, que no sólo destruyen el cuerpo sino que también destruyen el alma.
El daño que se puede hacer cuando no hay paz verdadera es inconmensurable. Y esto en todo sentido: tanto a nivel personal, como en la familia, como entre países.
Para poder convivir se hace imprescindible, entonces, buscar y promover la paz a toda costa. Para eso, antes que nada, hay que saber perdonar, olvidar, comprender, construir sin rencores, sin resentimientos, ni reproches.
Todo comienza dentro del corazón de cada uno, en ese orden interior – fruto de la paz - que nos permite ser entre los hombres, nuestros hermanos, un elemento de armonía, de unión, de paz indefinitiva. Empecemos, entonces, por ser humildes y perdonar. El perdón nos llevará a la serenidad y la serenidad nos llevará a la paz tan necesaria para alcanzar la plenitud de nuestra dimensión humana.
¡Hasta la próxima!