Despedida de un padre joven

Pasarán muchos años para que los hijos puedan recorrer las inevitables etapas del dolor: la rebeldía, la no-aceptación, la resignación, y por último, la aceptación.

2004-11-24

   Se llamaba Javier, 38 años, casado, dos hijas: una de 9 años y otra de 7. Diagnóstico: cáncer de huesos. Cuando se confirmó el veredicto, los sicólogos aconsejaron a la madre que era mejor ir preparando a las niñas para la separación definitiva. También sugirieron que, cuando llegara el momento, las hijas estuvieran presentes en la despedida final de su padre.

   Según la ciencia, esta recomendación tal vez pueda ser entendible, pero según el corazón, ¿cómo se le puede explicar a una niña de 9 o de 7 años, qué significa la muerte de un ser querido de manera que -a su edad- lo comprenda y lo acepte? ¿Cómo se puede consolar a la hija que le dice, desesperadamente, a su madre cuando se entera de la verdad: “¡Papá no se puede morir porque hemos rezado mucho por él!”? Para esa niña, la muerte es todavía algo incomprensible e inaceptable. Con su razonamiento de niña ella seguramente se cuestionará: “¿Por qué alguien tan bueno y tan joven como su papá puede morir cuando ellas todavía lo necesitan tanto?” “¿Qué mal hizo papá para que Dios se lo lleve tan pronto?”

   Pero la realidad era ésa: la muerte del padre llegaría en cualquier momento. Sólo era cuestión de tiempo. Y, efectivamente, el mal hizo estragos y Javier falleció en la plenitud de su vida. Ése era su destino y, para él, había llegado el final del camino. Dejó atrás una hermosa familia que supo formar sobre la base del amor, la esperanza y la alegría de vivir.

    El sufrimiento afectivo en el ser humano no tiene edad y golpea en cualquier momento de la vida.  A estas chicas, les llegó muy temprano en su existencia.  Pasarán mucho años – tantos como sea necesario --  para que puedan asimilar las inevitables etapas del dolor: primero, la rebeldía y el rechazo de la realidad; luego, lentamente vendrá la resignación y, por último, cuando estén maduras–más tarde o más temprano--llegará la aceptación.

   Pero, mientras tanto, tendrán que recorrer el duro camino de aprender que la vida es un don gratuito que recibimos, que no importa cuánto tiempo tengamos para vivir: que lo que importa realmente es cómo vivimos el tiempo que nos es dado y cuánto amor o cuánto bien hemos hecho mientras tuvimos tiempo.  Por eso, para estas niñas, el recuerdo de su papá que les dio tanto amor nunca se va a morir porque permanecerá con ellas y las acompañará siempre en su camino para darles fuerzas y esa paz tan profunda que resulta de la certeza del amor.

 

 

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