Imposible no quererlo
"Lo más lindo es el trato tan cariñoso que tiene con sus hermanos. Cómo lo quieren, y claro, es que Nico no hace otra cosa que derrochar cariño y ternura."
Soy madre de una familia de doce hijos, ocho varones y cuatro mujeres. Nuestro hijo número once, Álvaro Nicolás, nació hace cinco años con Síndrome de Down.
Cuando Nico nació todo fue un revuelo. No entendíamos nada. Vino el médico y nos dijo que teníamos que hacerle un estudio para confirmar si tenía Síndrome de Down. Estuvimos así diez días hasta que se confirmó el diagnóstico. Que "por casualidad" fue el día de la Medalla Milagrosa el 26 de noviembre, y para nosotros esa fecha fue muy especial.
La verdad que nunca fuimos tan regalados y visitados que como cuando nació Nicolás. Me acuerdo que una semana antes que naciera Nico le comenté a un sacerdote cuando me confesaba que Dios había sido muy bueno porque me había dado diez hijos todos sanos y él me dijo que Dios no iba a dejar de ser bueno por mandarme un chico con problemas.
Hubo mucho llanto pero a la vez mucha seguridad de que no estábamos solos y si Dios nos había mandado a Nico era porque sería lo mejor para nuestra familia.
Al principio hubo rebeldía. ¿Por qué a nosotros que habíamos confiado tanto en Dios? Pero después vino la calma y la confianza. Dios es Padre y todo lo que nos sucede es para bien. Aunque no lo entendamos.
Y empezamos a leer mucho sobre Síndrome de Down y a informarnos. Y vimos que estos chicos llegan muy lejos. Sólo hay que creer en ellos y tenerles mucha confianza.
Claro que dan un poco más de trabajo y uno siempre tiene el temor de que no sean queridos y estén desprotegidos. Pero desde el mes hizo estimulación temprana, lo llevamos a la fonoaudióloga y después a la maestra especializada. Y qué satisfacción cuando logró gatear, caminar, comer solo, controlar esfínter. Un logro de ellos, llena de satisfacción a toda la familia.
Y lo más lindo es el trato tan cariñoso que tiene con sus hermanos. Cómo lo quieren, y claro, es que Nico no hace otra cosa que derrochar cariño y ternura. Es imposible no quererlo.
Y es en ese momento que uno empieza a pensar y le sale dar muchas gracias a Dios.
Porque empezamos a darnos cuenta y valorar muchas cosas que antes no valorábamos, y experimentamos una unidad mucho más grande en la familia. Vemos que el sufrir enseña y enseña mucho. Enseña a ver el sufrimiento de los demás de otra manera. Y todos somos un poquito más humanos.
Nos llena de orgullo y esperanza poder luchar para que Nicolás crezca fuerte y sano y que dé todo lo que pueda dar. Ojalá no le pongamos tope y logre su 100% y lo veamos el día de mañana trabajando de una manera independiente en el lugar que le corresponda en la sociedad como ya en muchos países lo están haciendo.