Jugar con fuego II
"El amor es como el fuego en una estufa de leña. Hay que cuidarlo siempre y a cada rato para que no se apague. A medida que se consumen los leños, hay que irlos acercando sino se enfrían, pierden la llama, se hacen brasas y cenizas..."
Cuando llegó el momento de casarnos, mi padre nos hizo un regalo en forma de consejo que sigue fresco aún después de tantos años: "El amor es como el fuego de la estufa de leña. Hay que cuidarlo siempre y a cada rato para que no se apague. A medida que se consumen los leños, hay que irlos acercando sino se enfrían, pierden la llama, se hacen brasas y cenizas. Conviene ir añadiendo piñas, ramitas, otros leños, según convenga; pero hay que cuidarlo siempre".
A un buen noviazgo, de tres años y medio, más nueve chaperones-hermanos y muchos suspiros de "¡Ay, Dios, cuándo seremos dos!"; le siguió un buen matrimonio donde muy pronto cayeron diez hijitos-tesoros únicos: El primero, Arturo Jr a los diez meses de casados, en enero de 1961, y el segundo, Miguel, en diciembre del mismo año. Sin perder tiempo llegaron Eduardo, Fermín, Hanna y Sara. Con seis niñitos para alimentar y mandar al cole, Arturo no paraba de trabajar y Sara , de organizar y cuidar el hogar con la invalorable ayuda de la buena Clementina.
Fueron años difíciles en el plano personal pues uno no está nunca suficientemente preparado para una avalancha tal de trabajo y responsabilidades, sumado a la convivencia tan íntima con una persona del otro sexo, tan distinto al propio. ¡Años de aprendizaje de tantas disciplinas!. Ataques diarios a pilas gigantes de ropa que tenían un mágico poder de automultiplicarse. Limpieza prehistórica de fantasmagóricos pañales. Corte asiduo de 120 uñitas para mantener en alto la estima materna. Instalación precaria de CTI familiares, donde frecuentemente confundía horarios, remedios y niños. Velas nocturnas muy rezadas y sueños diarios bostezados. En fin, una mamá con veintiseis años que soñaba con estudiar y archivaba penosamente sus fantasías de ser pirata o detective. Pero así como la adaptación se fue haciendo en la lucha diaria, el cariño se fue enraizando en el crisol de la mutua entrega. Las dificultades de salud, de carácter, o económicas fueron superadas una a una uniéndolos cada vez más en el amor mutuo y en el de esos niñitos que Dios les confiaba. Así llegaron Joaquín y Cecilia cinco años más tarde y Sancho y Bernardo después de los cuarenta cumplidos. Fue fascinante y exigente a l mismo tiempo. "Mamá, no entiendo cómo la gente no quiere tener hijos" recuerdo aún a Arturo de 20 años tirado en mi cama y mimando a Bernardo recién nacido, o a Miguel de 12 años, desplomado en el piso cuando se enteró de la venida del séptimo. "Mamá, ¿cuándo vamos a poder tener todos los zapatos que queramos?".
Pero ahora hay que oirlos protestar cuando les suspendo un almuerzo familiar de Domingo por no tener ayuda en la cocina para dar de almorzar a los cuarenta que ya son: "Mamá, yo necesito ver a mis hermanos para empezar bien la semana". Dice Eduardo. Y prueba de que no lo pasaron mal es que todos los que se van casando están repitiendo la misma aventura familiar. "Arturo; de tanto que he mirado el fuego de la estufa, me conozco las llamas de memoria. Mi próximo cuadro será Siempre poner leña al fuego, en memoria de papá". En ese preciso momento, al terminar la música que oíamos en la radio, se oye a la locutora decir: "Lo que acabamos de oir es Jugar con fuego de Bellini".
Pd: Hubieron luego años de brillos y viajes, luego, de casar hijos muy felices casados y pruebas de amores muy bien sorteadas, donde vimos desplomarse trabajos ancestrales. Para llegar al presente Teniendo que construir, nuevamente nuestro futuro diciendo gracias Dios, por fin, somos dos.
La familia sigue creciendo
Yo tuve una maternidad muy llena y satisfactoria, sin un solo huequito de frustración y con montañas de oportunidades enriquecedoras. Eso me llevó a una madurez humana, y espiritual donde encontré que necesitaba abrir nuevos caminos a mi indomable afán de aventuras y desafíos vividos en una vida cotidiana normal. En cuanto dispuse de tiempo libre, después de haber empujado varias obras de formación humana y social, aprendí a pintar. Allí descubrí un mundo interior inexplorado, el de la creatividad artística, que llenó los pocos ratos libres que me quedaban de otras actividades en la que ya estaba embarcada. Esto coincidió con mi graduación de abuela. ¿Si a mi edad yo pude desarrollar esto, a dónde serían capaces de llegar los niños, adecuadamente entrenados? Fueron llegando los nietos a un ritmo primaveral, por ejemplo en 1995, nacieron una niña y cuatro varones. La mayor tiene 14 años y ya son 28 y espero sean el doble cuando llegue a la tercera edad. Hay 56 ojitos que me miran y un pícaro de ojos azules de cinco años, le dijo a su mamá que ya que no se podía casar con ella cuando fuese grande, me iba a elegir a mí, su "Nani". Digo esto para justificar el hecho de que no seré una abuela normal - al fin y al cabo no pude tampoco ser ni pirata ni detective-, pero sí soy una abuela mágica. Debo confesar que aunque nunca serví para cuidarlos ni llevarlos al dentista, sí gocé tremendamente con el anuncio de cada embarazo. Con el nacimiento de cada nieto- tesoro único, y con cada abrazo del oso y besos con que los como, cada vez que los veo, mirándolos bien al fondo de sus ojitos. Mi primera peripecia fue comprar un bebito en un viaje a EEUU con aspecto latino y ojitos de recién nacido que mi buena amiga "Patzy" se llevó para hacerle un ajuarcito completo completo, tejido, cosido y bordado, con camita y valijita de mimbre. Lo llamamos José Guillermo y lo bautizamos en le jardín mientras en el Hospital Británico nacía Felipe, el sexto hijo de mi primogénito. Con José Guillermo todos aprendieron a mudar bebes, ordenar y cuidar la ropita, y hacer la cama. Ahora, durante cuatro años, me los vengo llevando a los 10 mayores al campo en las vacaciones de julio y les enseño a dibujar y pintar a la acuarela y al óleo. Allí, donde los tengo sólo para mí, y estoy sola para ellos, les leo cuentos, vivimos aventuras explorando el campo, y les explico el sentido de la vida por medio de leyendas y de la doctrina cristiana. De paso conviven entre primos y les enseño detalles de cómo vivir los valores humanos. No puedo olvidarme de mencionar a Dolores que en cuanto me descuido está re-cargada con las mochilas de los menores "porque le gusta"... y mil detalles más de todas, que me enternecen. Ver a niños tan bien educados por mis propios niños es mi mejor recompensa.. No lo puedo creer. ¡Gracias, Dios mío!!
Epílogo
Nunca imaginé que la felicidad cuanto más grande más cuesta. Nunca imaginé que hubiese que luchar tantos, tantos años para llegar a merecer lo que hoy día disfrutamos. ¿Por qué? ¿Es que tuvimos grandes problemas, vida muy difícil, pruebas agotadoras? NO... Pero...una pirata o detective fracasada tenía que pasar por muchas aventuras para hacer ese descubrimiento. Empezando por "domesticar" la casa de brujas, que me asustaba en mi infancia, y que mi suegro nos regaló en el centro de Ocean Park. Siguiendo por sobrevivir a la educación de los diez hijos que uno a uno fueron llegando, cada uno con su impronta tan personal. Al extremo de aprender a esquiar en agua y nieve, con hijos y embarazos. Más tarde, congeniar con 30 noviazgos no elegidos, preparar almuerzos multitudinarios todos los domingos para hijos y nietos, vivir en el mismo día nacimientos de nietos y exámenes de ingresos, o inauguraciones de fábricas más casamiento civiles y por encima de todo mantener la fidelidad mutua durante 40 años, adaptándose uno a amar los defectos del otro para así llegar al amor total, de cuerpo y alma al cual estábamos destinados desde antes de conocernos. De cada hijo único, tesoro nuestro, hay mil recuerdos. Como cuando Bernardo de 10 años, sentado a caballo en mi falda me acaricia mis incipientes líneas faciales. Yo creí intuir que me estaría comparando con las jóvenes madres de sus amigos y le dije para consolarlo:"Bernie, yo tengo arruguitas pero tu tenés nueve hermanos, y tus amigos no". _" Sí mamá, pero yo no te conocí de joven". Ahora, después de 40 años de aventuras, podemos agradecer y decir: "Lo hemos logrado; chicos, anímense que vale la pena". Y Arturo me agradece los hijos, la fé y la fidelidad.
Esta historia es la continuación de Jugar con fuego I