Nuevas aventuras de Timoteo el pájaro azul
¿A quién no le gusta que le cuenten un cuento? A todos nos gusta, tanto a grandes como a chicos, porque un cuento no sólo despierta y alimenta nuestra imaginación, sino que es una excelente oportunidad para transmitir enseñanzas y valores en forma amena. Un cuento, en concreto, es una excelente herramienta de entretenimiento y de aprendizaje que, a través de fantasías y aventuras, hace no sólo más agradable la vida, sino que también ayuda a pensar sobre las cosas que realmente importan. Por eso, como los niños son parte muy importante de la familia, Sembrar Familia, con esta nueva sección, brinda a los padres, a los abuelos y a todas las personas mayores la oportunidad de acercarse a los niños a través de los cuentos para compartir con ellos un rato de expansión, cariño y enriquecimiento.
Aventuras de Timoteo, el pájaro azul (2)
Timoteo, como sabemos, era un pájaro inquieto, además de ser curioso. Ël siempre estaba buscando algo que hacer, ya fuera revolver, armar, desarmar y muchas cosas más, pero descubrir e investigar misterios era lo que más le gustaba. Parecería que tenía un motorcito dentro de él que continuamente lo ponía en marcha para hacer algo, fuera lo que fuera. Un día en el parque, desde el árbol donde se había posado, vio a Martín, un chico de unos diez años de edad que le llamó la atención jugando con otros niños. Lo estuvo observando por un buen rato y el chico despertó su curiosidad. Había algo en él que le llamaba la atención pero no sabía bien lo que era. Parecía tenso, preocupado, contrariado. Seguramente tendría un problema. Así es que cuando Martín volvió a su casa, Timoteo decidió seguirlo para averiguar qué le pasaba. Cuando llegaron a la casa, buscó la manera de entrar y vio que la única forma era a través de una pequeña ventana de ventilación del sótano de la casa. Como no había otra manera, con gran esfuerzo se escurrió entre las rendijas de la ventanita y logró meterse dentro, aunque cayendo al piso del sótano tras un buen porrazo.
Al principio quedó medio atontado y no veía nada porque, naturalmente, el sótano era un lugar bastante oscuro. La poca luz que entraba era precisamente por esa pequeña ventana por la que se había escurrido. Medio atontado, anduvo un buen rato dando vueltas por el sótano, llevándose por delante algún mueble viejo que estaba allí guardado. Poco a poco, sus ojos se fueron acostumbrando a esa semi oscuridad y se dio cuenta que sobre una esquina del sótano había una pequeña escalera que llevaba a la planta principal. Al final de la escalera, como era lógico suponer, había una puerta pero cuando intentó abrirla, se encontró con que estaba cerrada con llave. Pero no había ninguna llave allí. ¡Gran problema!
A todo esto Timoteo comenzó a oír los gritos airados del padre de Martín que le estaba reclamando a su hijo la llave del sótano que le había prestado y que el chico no recordaba dónde la había dejado porque ya habían pasado muchos días. La furia y los reproches del padre iban en aumento. Calificó a Martín de descuidado, haragán, irresponsable, inconsciente y muchas cosas peores. Martín lloraba y trataba de defenderse. Y, entre sollozos, pedía perdón, pero el padre continuaba gritándole y rezongándolo. Aquí Timoteo no pudo aguantar más. Entonces, salió como pudo del sótano, se metió en la casa por la ventana de la cocina e inmediatamente puso en marcha su espíritu inquieto e investigador. Entonces comenzó a abrir y cerrar cajones, a abrir con el pico la puerta de algún mueble y a revisar todos los rincones. Tanto revolvió y tanto revisó que, al final, su investigación dio resultado. La llave apareció debajo de una alfombra arrollada y apoyada contra la pared en el dormitorio de Martín. Cómo llegó allí no se sabe ni se sabrá nunca. Lo importante es que apareció. El padre se arrepintió de haber tratado mal a su hijo y le pidió perdón dándole un fuerte abrazo. Después de todo, tuvo que reconocer que él también a veces se olvidaba dónde había dejado los lentes, las llaves del auto y hasta algún dinero. La paz volvió a reinar en la familia, gracias a Timoteo que, silenciosamente, hizo su tarea de investigador moviéndose de aquí para allá sin que nadie lo viera porque, como todos sabemos, era un pájaro ¡invisible!
Y, colorín, colorado, este cuento se ha acabado.