Silencios
Era un espectáculo contemplar el ocaso, donde se palpaba el contacto con la naturaleza. Y el silencio se imponía… a través del silencio se comparten sentimientos, se trasmiten vivencias y, lo más importante: estar en silencio no es señal de aburrimiento.
Son ratos maravillosos cuando se está al lado de alguien querido. Silencios. Trasmiten paz, serenidad, armonía y, a la vez comunican.
Cuando fui adolescente, sin darme cuenta, los compartí a menudo junto a mi madre y también a mis tíos. Recuerdo la época en que por las tardecitas, con mamá, algunas veces nos sentábamos en el patio; otras, íbamos caminando por el trillo desde las casas hasta la portera. Era un espectáculo contemplar el ocaso, donde se palpaba el contacto con la naturaleza. Y el silencio se imponía. Si era invierno, la cita era en la cocina, donde al calor del fuego, escuchábamos radio, cantábamos, leíamos o, simplemente oíamos el ruido del viento en el monte de eucaliptos cercano a las casas. El silencio se interrumpía a veces con los ladridos del perro y algún que otro mugido. De mamá aprendí que también a través del silencio se comparten sentimientos, se trasmiten vivencias y, lo más importante: estar en silencio no es señal de aburrimiento o no tener de qué hablar.
Con el tío Puro era diferente. Siempre buscaba su compañía cuando se sentaba solo, en el mojinete del rancho. Después de la hora de la siesta, sabía que lo encontraría allí. Me sentaba en silencio a su lado y lo acompañaba. Como la casa estaba cerca de la ruta, veíamos pasar a la gente. A veces levantaba el bastón a modo de saludo cuando pasaba algún vecino a caballo o en auto. En la misma medida que lo quería y admiraba, también lo respetaba y, sus opiniones más de una vez fueron importantes para mí. Eran frases cortas que surgían en medio del silencio que compartíamos junto al mojinete. Allí supe qué pensaba de las locuras que hacía mi padre o, qué opinaba de Montevideo, la gran ciudad. Recuerdo el tiempo en que salí con un chico al que no conocíamos su familia. Yo quería saber su opinión. Por eso, una tarde me senté a su lado. En silencio. Como siempre. Y se lo pregunté. Pensó antes de responderme, mientras hacía girar el bastón sobre la tierra, formando un pequeño pozo. Luego, mirándome me dijo: "… parece bueno, pero tiene cara de medio pícaro…" y no agregó nada más. Quizá pensó que el tiempo sería quien se encargaría de demostrar si estaba o no en lo cierto.
Hoy continúo viviendo momentos como aquellos. Especialmente junto a la tía. Cuando nos vemos encontramos tiempo para todo. Charlamos y también, juntas experimentamos la magia del silencio mientras leemos o resolvemos palabras cruzadas. Y doy gracias a Dios por darme ese regalo de sentir que el corazón se ensancha cuando también a través del silencio, comparto lo que llevo dentro.