Carta del mes
-
El milagro de una caricia
Queridas familias, permítanme, en honor al día del padre que en esta parte del planeta se celebra en estos días, hacer referencia a una experiencia personal. Quizás estas palabras, que por la maravilla del internet dan vuelta al mundo, pueden ser un homenaje a esas generaciones que nos preceden. O sin tanta ambición, puedan acercar a dos seres que por naturaleza se aman.
La mayor distancia que puede haber entre dos personas es la comunicación. Siempre me molestó la “no comunicación”, entendida ésta como ausencia de palabras. Siempre sentí la necesidad de tapar el silencio, anticipándome a cualquier comentario, contestándome mi propia pregunta, transformándome en una amenazante ametralladora de palabras. Siempre me costó dialogar con alguien que opinara muy distinto a mí. Y si lograba hacerlo, no podía evitar quedar con un mal sabor porque en el fondo no había empatía. No había logrado ponerme en los zapatos del otro, y el otro, al menos así lo sentía yo, no se había puesto en los míos. En definitiva, no había logrado quebrar aquella barrera del tú y del yo para formar un nosotros.
Yo tenía la certeza que solamente un buen diálogo podía limar asperezas, tenía la creencia que solo las palabras podían acercarme a mi papá.
Pero después de cuadro décadas, Dios, o la vida misma, me demostró que siempre hay una manera para demostrar amor. Y que aquello de que en el silencio florecen muchas cosas era tan real como mi padre muriendo en un hospital, su hija tendiéndole su mano, y mutuamente regalándonos sonrisas.
Finalmente comprendí que el silencio también puede sanar. O aliviar. Y también comunicar. Después de tantas palabras que no importaba tanto fueran oídas, finalmente, logré sentirme conectada, logré sentir su presencia en todo mi ser, su aprobación. Y todo gracias a una caricia de ida, y a una caricia de vuelta. Su caricia, y mi apretón de respuesta; mi caricia y su apretón. Eso es lo que recordaré por siempre. Finalmente aprendí a ofrecer lo que el otro verdaderamente esperaba, a dar lo que el otro necesitaba de mí. No fue necesario ni una sola palabra. Bastó una caricia y a cambio recibí todo el amor que un padre tiene para dar.