Que todos los días aprendemos cosas nuevas es algo conocido, pero cuando lo único que hacemos es discutir con los adolecentes y finalmente logramos aprender algo de ellos el resultado es una experiencia muy gratificante.
Hemos escuchado de boca de los psicólogos que la adolecencia es una época maravillosa, que los adolecentes son geniales, etcétera, cuando en realidad todos los oyentes están pensando que es solo para captar la atención porque la verdad es que son pequeños monstruos.
En general los padres coinciden que son egoistas, inconcientes y algo tiranos. Y por lo general es verdad. Es verdad que frases como "lo hago porque me divierte" desespera escuchar por nuestro afán de hacerlos más responsables y pensamos que deben hacer algo productivo con su vida. Pero si analizamos "responsablemente" la diversión podemos descubrir más cosas positivas que se esconden detrás de esa palabra que tantas veces la igualamos a ocio, o lo que para algunos es lo mismo, perder el tiempo.
Hay programas de nuestros hijos que no entendemos porque nos tomamos la vida demasiado en serio. Los momentos que al final de la vida verdaderamente importan son momentos en que pudimos divertirnos relacionándonos con los demás, momentos que recordaremos con una sonrisa. La diversión es lo que nos permite distendernos y es la fuerza que mueve los pasos de nuestra vida. La pasión hasta puede hacer que seamos mejores personas.
Permitamos a nuestros hijos, que a través, del disfrute de sus actividades, por más extravagantes que parezcan, nos den una lección de vida. Divirtámosnos hoy, solo por el hecho de que podemos hacerlo. La vida es única, y solo nos da una oportunidad terrenal de aprovecharla bien. Divertirse, pero ¿cómo?. Mediante el baile, el canto, un concierto, viajar o pasear, la risa, la cocina, el cine, el deporte -nadar, surf, paracaidismo o cualquier actividad por más "absurda" que pueda parecer-, jugar por el placer de jugar o practicar un hobbie sin importar el resultado.
"La vida es una aventura arriesgada o no es nada", dijo Helen Keller, pero podemos aprenderlo de nuestros hijos. No tengamos miedo. Cuando un padre responsable, sufre un infarto, y mira para atrás y ve cuántas horas dedicó a su trabajo, quizás demasiadas, se da cuenta del verdadero valor de tiempo
dedicado al juego con sus hijos.