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Droga: Factores de riesgo familiares
La droga es una realidad y no existe ningún antídoto que pueda prevenir contra ella, de forma eficaz y definitiva. Sin embargo, la adecuada educación y la dinámica familiar sana que generan personalidades fuertes son los mejores medios de prevención.
Muchos de los factores de riesgo personales se producen precisamente por las disfunciones familiares.
Los estudios recientes sobre la situación familiar de los jóvenes adictos han permitido identificar algunos de los factores presentes con mayor frecuencia en las familias.
Actitudes y hábitos permisivos en relación con las drogas. Cuando los padres fuman, beben y utilizan tranquilizantes, los niños crecen con este ejemplo y se forman la idea de que esas sustancias forman parte de la vida normal.
Muchos padres de familia no rechazan claramente las drogas y admiten que se consuman con moderación; esto hace que sus hijos perciban un doble mensaje: “Podrían utilizarse alguna vez aunque no sean convenientes.”.
Por otro lado, se quita responsabilidad y capacidad de decisión a los consumidores culpando del uso de drogas al gobierno, a los narcotraficantes, a los colegios o a los centros de diversión; la conclusión de muchos jóvenes es la siguiente: “Si uso drogas, no es mi culpa”.
Por lo común estas actitudes provienen de la información inadecuada de la ignorancia de los padres, que son, a su vez, víctimas de los mismos errores difundidos entre los jóvenes. La Dirección General de la Juventud encontró que es muy escasa la participación de los padres en la información que reciben los hijos, quienes acuden por lo general a sus amigos o se basan en lo que difunden los medios masivos de comunicación.
Los factores de riesgo sólo predisponen a las adicciones, pero no son determinantes porque cada persona reacciona de distinta manera.
Relaciones deficientes entre padres e hijos
Falta de afecto. Aunque el amor es el sentimiento más normal que puede haber hacia los hijos, a veces los padres no lo demuestran claramente, de modo que los primeros no se sienten amados aunque sí lo sean. En la adolescencia, las frecuentes fricciones entre padres e hijos pueden ahogar las manifestaciones de afecto y llevar a un círculo vicioso y a un bloqueo afectivo por ambas partes: los muchachos, al no sentirse amados, se muestran más rebeldes, resentidos y violentos; los padres, al no conseguir imponer su autoridad, se vuelven más rígidos y esperan que sea el muchacho el que intente la reconciliación.
Cuando se estudian las características de un número considerable de drogadictos, lo que aparece con mayor frecuencia es que los jóvenes no se sienten amados por sus padres, por lo que reportan hostilidad hacia ellos y tensión psicológica en la familia. Por el contrario, los no consumidores de droga reportan sentirse amados tanto por su padre como por su madre (Streit y cols., International Journal of the addictions (EUA), 1977 y T.J. Prendergast, International Journal of the addictions (EUA), 1974).
La enorme necesidad de afecto y los desniveles emocionales que suelen acompañar a la adolescencia pueden llevar a los jóvenes a buscar afecto y comprensión en amistades que los predispongan a las adicciones.
El amor debe expresarse con evidencia y claridad suficientes, porque a veces los hijos no se sienten amados, a pesar de serlo.
Indiferencia. Cierto abandono afectivo que deja traslucir que los hijos no tienen la prioridad para sus padres puede manifestarse en múltiples formas: por ejemplo, dándoles dinero y cosas en lugar de dedicarles tiempo y atención porque los compromisos laborales y sociales están siempre antes que sus hijos. Se llega al extremo de que los padres no conocen a sus hijos, no saben cómo piensan, qué les preocupa, si sufren o no, o si tienen problemas en la escuela o con sus amigos. A veces los padres se refugian en un falso respeto a la intimidad e independencia de sus hijos, aduciendo que tienen en ellos una confianza absoluta. Un muchacho con dinero y poco afecto es presa fácil de las amistades que sólo buscan las parrandas; y a la larga, es muy probable que también resulte una víctima más de la droga. Cabe señalar que esta indiferencia por parte de los padres puede llegar al total abandono de los hijos.
Manejo inadecuado de la disciplina. El lógico deseo de independencia que alienta en todos los adolescentes hace que la administración de la disciplina sea mucho más difícil en esa edad, debido a lo cual los padres pueden optar por los extremos: o la rigidez absoluta o la permisividad total. Esta última consiste en dejarlos hacer lo que quieran, sin imponerles ningún límite o control, y sin saber en qué tipo de ambientes se mueven sus hijos; y ello cuando están en una edad especialmente vulnerable, cuando aún no tienen la madurez ni la experiencia necesarias para enfrentar los riesgos de las malas influencias, a lo que se suma el que no encuentran en sus padres apoyo suficiente. Todo esto constituye un serio problema.
Por otro lado, los padres rígidos limitan y controlan tanto a sus hijos que les impiden llevar la vida social propia de su edad. El adolescente nunca obtiene permisos, y si se los dan, los horarios y las restricciones son excesivos e inflexibles. El engaño, la rebeldía o la personalidad débil son las respuestas de los muchachos ante una normatividad tan estricta.
Por su parte, los padres que se oponen a todo no respetan el uso gradual que de su libertad pueden hacer sus hijos a medida que van creciendo. Estos padres consideran que todo debe prohibirse porque todo está mal, pero así sólo producen un fuerte descontrol moral y, paradójicamente, obtienen lo contrario de lo que pretenden: hacen que sus hijos sean más frágiles ante influencias negativas y quedan más expuestos al consumo de sustancias adictivas.
La permisividad y la rigidez predisponen en igual medida al desarrollo de problemas de adicción en los jóvenes.
Incongruencia. Cuando los padres no tienen ideas claras sobre la educación de sus hijos o tienen una personalidad complicada, la crianza se realiza a través de conductas indefinidas, impredecibles o débiles: un día rechazan lo que al día siguiente aceptan; se dejan llevar más por sus sentimientos o por sus estados de ánimo que por razones emanadas de un proyecto educativo. De esta manera, establecen normas que no hacen respetar, no aplican los castigos, dicen una cosa y hacen otra, etc.
Sin principios auténticos, sin normas claras y firmes no se puede orientar a un adolescente que atraviesa por una etapa de confusión y desconcierto, todo lo cual contribuye a aumentar el riesgo de incidir en las adicciones.
Las normas claras fortalecen la personalidad de los hijos.
Falta de comunicación. La interrupción de la comunicación entre padres e hijos agudiza las dificultades. Es frecuente oír frases como éstas por parte de los padres: “¡Es inútil! ¡No hacen caso! ¡No entienden, no oyen no quieren escuchar razones! ¡Lo único que les importa es hacer lo que les da la gana!” Por su parte, los muchachos afirman: “¡Con mis papás no se puede hablar! Son muy anticuados y retrógrados; no comprenden; tienen ideas del siglo pasado. ¡No hay que hacerles caso!”
El problema que produce la incomunicación es que los mensajes emitidos con profundo amor caen en el vacío; las manifestaciones de afecto no se entienden como tales; hay incapacidad para intercambiar ideas y opiniones; el sentimiento de impotencia se apodera de los padres, y soledad y desamparo es todo cuanto experimentan los hijos. Sólo prevalecen la pérdida de la confianza mutua y los resentimientos constantes.
La incomunicación también aumenta el riesgo de incidir en las adicciones porque priva a los padres de la posibilidad de guiar y de supervisar, y a los hijos les escatima la ayuda, el consejo y la orientación que necesitan.
Desintegración familiar. Los conflictos conyugales, la desintegración del matrimonio y de la familia son, por desgracia, harto frecuentes y de consecuencias lamentables para los hijos. La personalidad de éstos, su visión del mundo y su adaptación se realizan en el hogar; son la estabilidad y la solidez del entorno familiar las que sientan las bases de su seguridad psicológica. Los conflictos de los padres, su tensión, su frialdad y su ruptura dejan al niño desamparado e indefenso, lo que repercute en él creando los factores de riesgo de incidir en la drogadicción que ya mencionamos, a saber: pérdida de la autoestima, inseguridad, trastornos mentales y de conducta, desapego de los padres, etc.
La desintegración familiar genera y aumenta muchos de los factores de riesgo de incidir en las adicciones porque resquebraja los fundamentos de la adaptación.
Por ser éste un factor de riesgo que incide en casi todos los demás, es necesario ayudar a las familias a superar sus dificultades y mantenerse unidas. Sin embargo, cuando se presentas hay que tomar conciencia de su importancia y manejar la situación con todo el cuidado y la serenidad posibles, tratando de atenuar las consecuencias y de no añadir presiones psicológicas adicionales y rupturas radicales. (C.E. Climent y L.V. Aragón, “Factores de riesgo asociados con el uso de las drogas en estudiantes de secundaria”, en Enciclopedia Columbia-Médica, vol. 17, Colombia, 1986).
Grupos familiares débiles o disfuncionales. Muchas familias van más o menos su estructura formal, pero en el fondo tienen poco de familia; por ejemplo, cuando no se vive la solidaridad fundamentalmente, los respectivos papeles de los padres e hijos son confusos, algún miembro importante de la familia está real o psicológicamente ausente, está enfermo, tiene algún trastorno de la personalidad o es adicto.
También sucede que algunos padres no viven la autoridad, no establecen controles ni límites o son incapaces por ignorancia, desidia, superficialidad o corrupción de vivir y trasmitir valores humanos y de ofrecer el clima de seguridad y de protección necesaria para el desarrollo normal. En familias así abundan los problemas. (E. González Duro, Consumo de drogas en España, Villalar, Madrid, 1979 y P. Segona “Acercamiento a motivos psicológicos y el papel de los factores personales en los usuarios de drogas”, en Revista Internacional del niño, Madrid, 1975).
Según un estudio de Chávez de Sánchez, (Chávez de Sánchez y cols., Drogas y pobreza, Trillas, México, 1975) en las colonias suburbanas de la ciudad de México las familias de los dependientes a las drogas se caracterizan por:
1. Pocos recursos para solucionar los problemas. Evaden los problemas, y cuando un hijo los provoca por el uso de las drogas, por ejemplo, tienden a excluirlos como elementos nocivos e intentan negar la existencia del conflicto. Esta actitud conduce a que se presenten varios casos de adicción en esas familias, sobre todo cuando el padre abandonó el hogar y en éste prevalece un ambiente negativo.
Blum resume las características de los grupos familiares de los consumidores y las compara con las de las familias de los no consumidores (véase el Esquema 2). (R.H. Blum et al., Horatio Alegris Children, Jossey Bass, San Francisco, 1972).2. Consumo de drogas en la familia. Los jóvenes consumidores más afectados son los hijos de padres que utilizaban productos psicotrópicos. Es difícil establecer si esto se debe a factores directos de imitación o a una reacción de defensa ante las perturbaciones emocionales de los padres.
En el caso del alcoholismo es muy clara la correlación entre padres e hijos etílicos, así como la correlación existente entre el consumo de alcohol por parte de los padres y la drogadicción de los hijos.
Los padres no deben pensar que cualquier error o debilidad de su parte expone a sus hijos al peligro de ser drogadictos. Los factores de riesgo enunciados sólo ofrecen pautas de evaluación y no constituyen sino puntos de referencia para reconocer ciertos errores y debilidades, así como para orientar con claridad en lo que respecta a la enmienda de estos últimos.
Los padres perfectos, llenos de sabiduría y de serenidad, siempre atinados y afectuosos e invariablemente acertados en sus decisiones no existen. Todas las personas presentan una curiosa mezcla de virtudes y defectos. Lo importante en la educación es ser realista y estar en pie de lucha para rectificar, corregir y repetir los intentos cuantas veces sea necesario; para vivir con autenticidad el proceso de superación individual y familiar, aun a través de las dificultades que plantean la vida y la educación de los hijos.
Hoy día, la afición a las drogas se maneja como un objeto más de consumo y como fuente de placer; de ahí que esta afición no sólo se presente en familias desestructuradas, sino en cualquiera otras. Sin embargo, la mayor calidad de las relaciones, de la educación y de los valores que se viven en las familias funcionan probadamente como escudos defensivos ante el embate de las adicciones.
La calidad de la educación en la familia favorece al desarrollo de personalidades íntegras, no susceptibles de caer en adicciones.
Esquema
Factores de riesgo familiares:Actitudes y hábitos permisivos respecto a las drogas.
Relaciones deficientes entre padre e hijos:
a) Falta de afecto.
b) Indiferencia.
c) Manejo inadecuado de la disciplina.
d) Incongruencia.
e) Falta de comunicación.Desintegración familiar.
Grupos familiares débiles o disfuncionales:
a) Pocos recursos para solucionar los problemas.
b) Consumo de drogas en la familia.