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Hogares de alto riesgo
Es evidente que muchos jóvenes seriamente dañados provienen de familias muy disfuncionales, e incluso patológicas, en las que no se les brinda afecto, o bien, son víctimas de la agresión y el descuido; sin embargo, hay otros jóvenes con características similares y cuyas familias son estables y lo han recibido todo.
Las preguntas surgen inmediatamente: “¿Por qué tiene problemas ese muchacho de tan buena familia? ¿Por qué se comporta así, si se le ha dado todo? ¿Por qué se ha sucedido esto, si fue a buenas escuelas? ¿Qué está buscando al utilizar las drogas, si nunca le ha faltado afecto? ¿Cómo es posible que esté embarazada mi hija, si se ha educado en un hogar lleno de afecto?”
Aunque los datos de las investigaciones no pueden aplicarse de manera absoluta, dado que siempre hay que contar con la libertad humana, se han encontrado otros factores de riesgo mucho más sutiles y difíciles de detectar que el deterioro familiar, social o económico.
Señales de peligro en el ambiente familiar
1. Los padres ceden fácilmente a los deseos de los hijos. Admiten cosas que no aprueban.2. Las guías de la acción familiar son los sentimientos y los deseos; no se juzga con base en lo que realmente conviene al desarrollo de las personas.
3. Hay baja tolerancia a las incomodidades y su muestra horror ante el más pequeño sufrimiento. Todos se quejan constantemente de lo que no puede cambiarse, siendo la queja más frecuente: “¡qué aburrido!”
4. Los niños logran evitar sus responsabilidades mediante el ruego constante. Los padres no los obligan a nada, casi nunca los castigan y, si lo hacen, son inconsistentes y ceden por temor a causarles un sufrimiento a sus hijos.
5. Los niños tienen mucho dinero para gastar en golosinas y en juguetes. Pueden consumir lo que quieran y donde quieran. Hay una gran preocupación paterna porque los hijos no se queden con ganas de nada o no sean menos que sus amiguitos.
6. Los hijos no ven en los padres una forma de vida que manifieste un sentido ético profundamente vivido. En los enfoques de la vida se le concede más peso a la utilidad que a las consideraciones de índole humana o moral.
7. El padre, especialmente, no es una figura importante: delega la responsabilidad por los hijos en su esposa. Su participación queda reducida a cumplir con sus obligaciones de trabajo y de aportación económica. Los hijos terminan por considerar al padre como una fuente de satisfactores y no como un ser humano, y en muchas ocasiones le exigen o lo presionan para que les conceda lo que le piden.
8. Las vidas de los niños están manejadas, más que dirigidas o guiadas por los adultos. Éstos les resuelven todos sus problemas y los niños se acostumbran a evadirlos sin solucionarlos o enfrentarlos. La baja tolerancia de los padres a que sus hijos tengan dificultades o frustraciones los lleva a intervenir constantemente, aun en los pequeños detalles de su adaptación escolar o de sus relaciones sociales. Esto les resta confianza en sí mismos a los hijos y los sitúa fuera de la realidad. Cuando crecen, esto se refleja en sus relaciones personales; en cuanto éstas presentan alguna dificultad, simplemente las rompen, escapan de ellas o huyan a través de las adicciones. Muchas veces se vuelven dependientes de alguien que aparentemente les resuelve sus problemas o toma decisiones por ellos, pero que en realidad sólo los perjudica.
9. También se les controla el tiempo, llenándolo muchas veces de actividades que los padres consideran importantes para su desarrollo, pero que a los niños les impide aprender a manejarlo: sus expectativas sobre el tiempo para realizar algo son irreales, los pequeños trabajos les parecen terribles. No tienen una idea clara de las limitaciones ni pueden elaborar un esquema de tiempo por ellos mismos. Los niños a quienes se les maneja totalmente su tiempo pueden crecer fuera de la realidad, sin el sentido de la responsabilidad personal y, por supuesto, sin ningún control sobre su vida. Al no dirigir ésta por ellos mismos necesariamente la dirigirá otra persona, y esto los hace muy susceptibles de ser influidos negativamente.
10. No se fomenta el sentido de pertenencia familiar; los hijos saben muy poco o nada sobre sus padres, abuelos y parientes; no tienen la idea del honor de la familia y a veces ignoran hasta la forma en que su papá se gana la vida. No les preocupa avergonzar a sus padres ni cuando su forma de comportarse es molesta para alguien.
11. Las conversaciones familiares no establecen las pautas de relación íntima, se reducen a temas de entretenimiento (cine, comida, televisión, diversiones) o a habladurías de otras personas. No se tratan temas personales, profundos o culturales.
12. Hay poco o nulo respeto por los demás. Las reglas elementales de cortesía y urbanidad, como por ejemplo dar las gracias o pedir las cosas por favor, saludar a quien llega a su casa, etc., no se observan ni las exigen los padres, a veces porque piensan que con ello limitan la espontaneidad de los niños. Éstos reciben obsequios sin agradecerlos; a veces exigen que se les den cosas como si ello fuese una obligación de los adultos hacia ellos, pero no las agradecen: consideran que así es o así debe ser.
13. No admiran a sus padres ni los consideran un modelo adecuado, a pesar de que éstos les proporcionan una vida tan agradable. Les gustan, pero al preguntarles a los niños cómo quieren ser de grandes o a quiénes admiran nunca dicen: “Como mi papá” o “Como mi mamá”. Generalmente nombran a figuras del espectáculo, especialmente a cantantes.
14. No tienen aficiones o hobbies que tomen en serio; su tiempo libre lo dedican a ver la televisión y su forma de pensar está dominada por la “cultura” de la televisión. Los padres les permiten verla indiscriminadamente, aunque restringen a los niños el ver soft-porno; pero como ellos sí lo ven, les trasmiten el mensaje de que cuando sean mayores podrán hacer cualquier cosa.
15. Las opiniones y las creencias de los niños se forman de manera muy superficial, a partir de lo primero que oyen o de lo que corresponde a sus deseos inmediatos. El grado de reflexión personal es mínimo y no son capaces de desenmascarar las manipulaciones publicitarias, políticas o ideológicas. Pueden moverse dentro de la más total incongruencia sin descubrir en ello contradicción alguna.
16. No preguntan “por qué” más que para oponerse a la autoridad de sus padres. Pareciera que su curiosidad intelectual y vital está cancelada. Es difícil interesarlos por las cosas, por el aprendizaje. Ante la obligación escolar de aprender recurren al memorismo, no a la comprensión. El hacerlos leer o razones es para ellos el peor castigo.
Estas características y esta forma de tratar a los niños, que los hacen parecer bien adaptados, agradables, simpáticos y desenfadados; acostumbrados a tratar a los adultos como iguales, sin represiones ni trabas; estos niños a quienes se les ha dado todo, con ventajas y facilidades, y cuyos padres se han preocupado tanto por hacerlos felices y por que adquieran todas las habilidades, todo ello, en una palabra, hace parecer inconcebible el resultado en el que se desemboca: adolescentes y jóvenes problemáticos, y adultos inmaduros. Y sin embargo, así sucede a menudo y para sorpresa de todos.
Los hogares “normales” pueden generar hijos problemáticos debido a que carecen de ciertos patrones educativos.
Sin embargo, cuando estos niños crecen se transforman en jóvenes a quienes parece que les falta algo; no tienen una forma clara y recta de juzgar; se rigen por sentimientos vagos y confusos; a su voluntad la sustituyen sus reacciones ante los estímulos; en lugar de tener deseos de asumir las responsabilidades de la edad adulta, intentan prolongar su dorada infancia y la dependencia y las ventajas de ésta. Carecen de ambiciones porque ya lo tienen todo, y no cuentan con la capacidad de esforzarse seriamente por algo debido a que nunca lo han hecho. Su falta de fortaleza y de carácter los hace sumamente vulnerables ante la realidad.
Relación entre la educación débil y las influencias negativas sobre los hijos
¿Qué es lo que no funciona en esos hogares, aparentemente encantadores, y que, sin embargo, se consideran de alto riesgo? ¿Por qué a esos niños los absorbe tan fácilmente cualquier influencia negativa? ¿Cómo es esto posible? Esto es lo que se preguntan los padres angustiados por los problemas de sus hijos: “¿Qué error hemos cometido?”
Según las investigaciones de Stenson y de sus colaboradores, hay un patrón común de errores al que los padres obedecen involuntariamente, ya que su intención es darles lo mejor a sus hijos.
Veamos algunos de los elementos que configuran dicho patrón:
Los padres no piensan suficientemente en la clase de hombres y de mujeres que les gustaría que sus hijos llegaran a ser.
Se concentran en lo que sus hijos harán, no en lo que serán. Su esfuerzo educativo se dirige principalmente a la preparación profesional, a que sus hijos puedan competir en un mundo tan contrario y con tantos requerimientos económicos.
Pocas veces se preguntan si serán reconocidos y estimados por su integridad, por su trabajo y por su responsabilidad como padres o como ciudadanos; si serán personas virtuosas o si serán capaces de tener un matrimonio estable y formar una familia; si tomarán buenas decisiones o si serán personas de bien.
Las enseñanzas y la disciplina del hogar están determinadas por lo que piensan o dejan de pensar los padres, y eso condicionará sus esfuerzos y su estilo de vida. Si piensan que lo más importante es la carrera profesional de sus hijos y el camino académico que los llevará al éxito, principalmente económico se esforzarán en ese sentido y no en el de lograr que los niños desarrollen autocontrol, fuerza de voluntad, confianza en sí mismos, convicciones y capacidad de compromiso.
La mayoría de quienes acuden a los psiquiatras no tienen problemas de trabajo; muchos de ellos gozan incluso del éxito y de buenos sueldos, pero su vida personal es desastrosa.
Los padres piensan poco en preparar a sus hijos para su futura vida conyugal y en ello interviene el pensamiento mágico en cierta medida: creen que todo saldrá bien por obra de la buena suerte; no prevén la posibilidad de un divorcio como un peligro para la felicidad de sus hijos; o por lo menos no les dan elementos para que ellos sean buenos esposos y buenos padres. No se plantean cuán difícil será para sus futuros yernos y nueras vivir con una persona caprichosa, que sólo piensa en sí misma, incapaz de controlar su vida, que carece de buenos hábitos y que es inmadura.
El proyecto educativo para los hijos dependerá de lo que los padres hayan pensado para su futuro.
Evidentemente, no se puede controlar la vida de los hijos: pero es un error grave reducir su educación a los aspectos intelectuales, dejando de lado los morales. Así se deja a los niños inermes y no se forja su personalidad, por lo que entonces son presa fácil de cualquier peligro y no tienen capacidad para resolver las dificultades de la vida, a veces porque crecen con la idea de que los problemas no existen.
Los padres no parecen darse cuenta del daño a largo plazo que le hacen a sus hijos al satisfacer todos sus deseos.
Toda nuestra “cultura” y los estímulos que a diario recibimos nos inclinan a pensar que la felicidad y la satisfacción de nuestros deseos son casi la misma cosa. En las últimas décadas, muchos sistemas educativos propuestos como grandes innovaciones han causado en los padres un enorme temor de dañar, de traumatizar a sus hijos si contradicen sus deseos, si no rigen su conducta y establecen reglas familiares con base en los sentimientos de los niños. Los padres quieren que sus hijos sean sanos, felices y adaptados, y temen que las normas sean signo de rigidez y de autoritarismo y que no les permitan a sus hijos ser espontáneos o creativos.
A Beethoven su padre lo forzó a estudiar música cuando era pequeño. Hoy los padres no se atreverían a hacer esto con sus hijos simplemente porque al niño no le gusta. No es también una palabra cariñosa: sin ciertas restricciones los niños no aprenderán a auto controlarse. Es muy difícil que un niño pequeño tenga intereses definidos, hábitos buenos y fuerza de voluntad; eso sería tanto como desear que naciera educado.
¿Cómo le dirá no a las drogas un adolescente que desconoce lo que esa palabra significa? Si las drogas, el abuso del alcohol, el sexo despersonalizado y el robo son fuentes de placer inmediato, ¿con base en qué podrá resistirlos? ¿Por qué dejar de hacer o de probar lo que desean? ¿Por qué no hacer ahora lo que siempre han hecho? ¿Cómo podrá posponer sus gratificaciones sexuales para cuando tenga madurez humana y afectiva, para comprometerse vitalmente con alguien, si nunca ha pospuesto ninguna gratificación? ¿Cómo sacará adelante un matrimonio en el que hay que superar problemas, aceptar los defectos y los errores de la pareja, amar de verdad cuando sea grato o cuando haya dificultades, si nunca ha tolerado las molestias?
No es de extrañar que se destruyan los matrimonios por problemas insignificantes, que parecen verdaderas montañas para los jóvenes esposos.
Los niños no conocen más que los deseos satisfechos y la indulgencia, que tienen una tolerancia mínima a los inconvenientes y a las cosas difíciles, unos padres que les resuelven todo y que les dan todo, niños que no son fuertes ni autosuficientes, que no saben cómo ni para qué controlarse, que esperan que los problemas en que se meten ser resolverán solos, que no son capaces de oponerse o de decir no a sus “amigos” porque no han enfrentado ni pueden enfrentar el más mínimo rechazo, serán jóvenes débiles, sin armas para la vida: si sus problemas no se van, ellos sí lo harán, escaparán a ellos de alguna manera.
Decir “no” y enseñar a decir “no” es también una forma de demostrar cariño.
Los padres delegan a las instituciones y a la sociedad sus propias responsabilidades.
El apoyo que los padres reciben de la sociedad ha disminuido mucho. En generaciones pasadas podían confiar en que algunas instituciones formaran el carácter de sus hijos, les enseñaran a discernir entre el bien y el mal, les dieran normas de disciplina y reforzaran sus valores. Muchas deficiencias del hogar eran suplidas por la escuela y por la sociedad.
Esto ha cambiado mucho. La costumbre de delegar totalmente a la escuela la formación de los niños no funciona. En muchas escuelas ya no se estimula a los niños seria y razonadamente; no hay normas claras ni se intenta desarrollar virtudes. Al elegir el colegio los padres deben tomar en cuenta la filosofía de la institución, porque muchos planteles ofrecen solamente un nivel académico alto que garantiza la competitividad de sus alumnos, rigiéndose por criterios consumistas.
A veces los maestros no logran motivar a los jóvenes; nada estimula a éstos porque tienen ya todas las comodidades. También se quejan los primeros de que no hay apoyo por parte de los padres, quienes ante cualquier exigencia acuden a reclamar. Otras veces los padres se enteran asombrados –cuando se enteran– de lo que algunos maestros les dicen a sus hijos en contra de la autoridad o de los principios paternos.
La sociedad en general vive un proceso de caos; no se rige por los valores comúnmente aceptados y tampoco admite reglas comunes de convivencia. En nombre de la libertad, del pluralismo y del respeto se toleran aberraciones e inmoralidades. La pornografía es un gran negocio, permitido o prohibido por la ley, pero ampliamente tolerado y aceptado por el público, por no mencionar el negocio de las drogas. Incluso hay programas “educativos” sustentados en una falsa antropología que desorienta a niños y jóvenes. Las normas sociales prácticamente no existen.
En muchas ocasiones se hace la apología de las conductas negativas y se ridiculizan las cualidades. El muchacho que respeta a la novia es considerado como lento, inexperto y aún anormal; al que estudia se le considera traga o nerd; al padre que participa de su familia y se ocupa de sus hijos le llaman bien mandado, y así sucesivamente.
Aunque hay de todo, en general las cosas se presentan así.
El mensaje es claro. Si los niños no son educados en la familia, si en su casa no aprenden valores y disciplina, y si no se les forma un carácter fuerte, difícilmente lo harán en otro lugar. Por el contrario, la misma sociedad puede resultar nociva o contraria para su desarrollo.
No puede delegarse en forma total a las instituciones y a la sociedad la formación de la personalidad de los hijos.
No puede negarse que muchas escuelas e instituciones se esfuerzan por dar esa formación e incluso por proporcionar a los padres elementos para que eduquen mejor a sus hijos; que maestros y padres de familia actúan en común para lograr una educación integral. Pero la realidad es que esto no ocurre con mucha frecuencia.
Trabajar en coordinación con la escuela para formar personalidades fuertes, hombres y mujeres íntegros, es la mejor garantía de éxito.
Los padres subestiman el valor de su ejemplo y no son conscientes de la cantidad de males ejemplos que reciben sus hijos.
Debido a la organización actual del trabajo, los niños están totalmente apartados de la realidad laboral de sus padres, que para ellos es algo vago y desconocido, a veces incluso amenazante, porque los ven regresar cansados y malhumorados, y los oyen quejarse. No desarrollan sentido del trabajo como fuente de perfeccionamiento personal y de servicio a la sociedad. Los niños no saben si sus padres son laboriosos o estimados, si se saben relacionar con sus compañeros o si su trabajo les proporciona satisfacciones: sólo ven a su papá descansar, ver la televisión o a veces divertirse con ellos.
Debido a esta realidad del mundo del trabajo, todo cuanto los padres hablen con sus hijos sobre su profesión y su comportamiento en la convivencia familiar tiene una enorme importancia.
El buen o el mal ejemplo de los padres se recibe a través de la convivencia familiar.
Si los padres no son para sus hijos figuras con quienes se puedan identificar, ¿quiénes serán sus héroes? Los artistas. ¿Quién encarnará la fortaleza de carácter? Nadie.
Y, ¿cómo son los artistas? Es muy difícil saberlo de verdad, pues la publicidad se encarga de crearles una imagen. Si conviene que sean escandalosos, que llamen la atención, que se declaren inmorales o drogadictos, que estén o no casados, locos o cuerdos, que sena de su sexo o del contrario, que sean poderosos y abusivos o inocentes víctimas, ricos o pobres. . . ¡no importa! Su valor reside en el éxito que se traduce en ganancias económicas. Ellos son los héroes, los modelos de los niños y los jóvenes.Nunca se exagerará lo suficiente sobre los efectos que producen este tipo de ejemplos –saturados de erotismo, de irrestricta autoindulgencia y de rebeldía– si a ellos se suman los padres que se muestran apocados en relación con sus valores, que son permisivos y amantes de la comodidad. Lo que hace el rockero en turno: su peinado, su vestimenta, su droga, su desfachatez, su forma de habla, lo que dice que piensa, sus declaraciones sobre moral o política se convierten en líneas rectoras para los adolescentes.
En cambio los jóvenes con fuerte personalidad y con valores personales gozan de la música, sí, pero su vida no se rige por esos estereotipos; son capaces de separar de lo que está de moda lo que ellos hacen o desean, aun cuando externamente lo sigan.