Biblioteca Familiar
-
Educación débil: hijos con problemas fuertes
Características de los hogares permisivos que generan problemas en los hijos
1. No existen metas, normas ni objetivos claros.
2. Los padres ceden y admiten lo que no aprueban.
3. Se guían por sus sentimientos y sus deseos.
4. No se tolera la incomodidad ni el sufrimiento.
5. Hay quejas constantes.
6. Los niños ruegan; los padres conceden.
7. Los hijos consumen lo que quieren y cuando quieren.
8. Los padres no dan ejemplo de una vida plena de sentido.
9. El padre se ausenta, no participa o delega.
10. Se manejan las vidas de los niños y se les resuelve todo.
11. Los padres controlan el tiempo de sus hijos.
12. No se fomenta el sentido de pertenencia.
13. No hay conversaciones íntimas.
14. No se respeta a los demás.
15. Los padres no son los modelos adecuados.
16. No tienen aficiones.
17. Las opiniones y las creencias son superficiales.
18. Los niños no tienen interés por aprender.A) Introducción
Los niños están expuestos a elementos que pueden ayudarlos a crecer o a perjudicar su desarrollo. Uno de esos elementos son las personas que los rodean: padres, parientes, maestros y amigos. Debido a los medios de comunicación, los niños se ven influidos por demasiada gente, y no siempre de manera positiva.
Por lo general se piensa que los jóvenes con graves problemas de conducta provienen de hogares muy disfuncionales, rotos o mal constituidos; que son hijos de padres viciosos o totalmente irresponsables, que no les brindaron ninguna clase de amor y cuidado.
Aunque en muchos casos así sucede, hay familias estables, con padres que cuidan y atienden a sus hijos, que no les niegan nada y, sin embargo, se enfrentan a situaciones similares. Generalmente esto se atribuye a las influencias nocivas.
La mitad de los muchachos con serios problemas provienen de familias disfuncionales; la otra mitad proviene de familias estables y amorosas, que intentan darle a sus hijos todas las oportunidades de desarrollo que están a su alcance.
Muchos padres ven con alarma que, al crecer sus hijos, el estilo de vida de éstos y su forma de pensar no corresponden a los valores que ellos trataron de inculcarles. Desgraciadamente, esto se refleja con mucha frecuencia en problemas muy fuertes, incluyendo alcoholismo, drogadicción, complicaciones en su vida sexual, en sus estudios y en el trabajo.
Una educación débil puede tener sobre la personalidad efectos nocivos similares a los de los niños de hogares disfuncionales.
Sin embargo, hay muchos padres que han logrado lidiar con las influencias perjudiciales y con las presiones que las malas compañías ejercen sobre los valores personales de sus hijos. Stenson y otros autores han investigado los factores que determinan el grado de susceptibilidad de los niños para ser afectados negativamente o, por el contrario, aquellos que les conducen a ser hombres y mujeres maduros, responsables y competentes, a pesar de estar inmersos en el mismo ambiente, en el que la falta de valores, la permisividad y la búsqueda continua del placer conducen a tantos a la infelicidad, a experimentar una sexualidad vacía y sin amor, a la violencia y la agresión, al fracaso humano, a la mediocridad, a las adicciones, y a tantos y tantos problemas de los que hoy afectan a los seres humanos en nuestra sociedad.
Muchos padres fortalecen el carácter de sus hijos para que éstos no sean presa de las malas influencias.
La mayoría de los maestros, consejeros escolares y matrimoniales, terapeutas psicológicos o rehabilitadores de fármacodependientes encuestados por Stenson destacan que los padres de los chicos con problemas serios no estaban informados o manifestaban ingenuidad en lo referente a las intenciones y la magnitud de las fuerzas negativas que atacan los valores de los adolescentes. Por eso no hicieron nada, o casi nada, por fortalecer el carácter de sus hijos.
Es difícil pensar que los niños pequeños, encantadores e inocentes, que se dedican a jugar y que requieren tanto cuidado físico e inversión de tiempo, pueden llegar a ser jóvenes o adultos con graves problemas; pero debemos pensarlo así porque las semillas del daño se siembran precisamente en la infancia.
Los padres quisieran ver siempre felices a sus hijos; su afán de protección los lleva a no poder resistir sus lágrimas, penas y desilusiones, y a veces a ser poco firmes en su educación.
Olvidan que los niños son egocéntricos y que buscan imponer su voluntad, por muy tierna e inocente que sea su manipulación. Si no se establecen límites, se forman hábitos y si no se les educa, esas tendencias permanecerán intactas durante toda su vida y los niños no sabrán resistir a sus deseos. Si a eso se suman un medio materialista, que incita aún más esos deseos, los jóvenes estarán indefensos ante las influencias perjudiciales.
La negligencia y la falta de tenacidad en la educación durante los primeros años puede tener dramáticas consecuencias.
Las estadísticas son alarmantes. Imagine un patio de escuela con 500 niños de ambos sexos jugando alegremente. Si las cosas siguen como hasta ahora:
1. El 100% estará expuesto a la pornografía y a los efectos que producen en sus relaciones con el otro sexo.
2. El 70% tendrá relaciones sexuales extramaritales durante su juventud.
3. El 100% será invitado o presionado a probar las drogas antes de ingresar a la preparatoria o a una carrera profesional.
4. El 10% tendrá serios problemas de adicción alcohólica o con otras drogas.
5. El 10-20% tendrá problemas psicológicos, principalmente depresión.
6. De aquellos que padecen depresión o tienen problemas con las drogas, un pequeño grupo se quitará la vida.
7. El 50% se divorciará, será madre soltera, o tendrá una familia incompleta o disfuncional antes de llegar a los 30 años.
8. El 60% de ellos dejará de compartir los valores y la filosofía de la vida de sus padres.Todos estos problemas no aparecen solamente debido a la influencia de las malas compañías: lo que los padres hagan o dejen de hacer en la infancia será un factor determinante para poder ofrecer resistencia a un sistema de vida en el que la dignidad de los hombres y sus valores se consideran ilusiones, convencionalismos. Las presiones de los “amigos” tendrán efecto solamente cuando haya vacíos en el carácter del niño.
Formar el carácter requiere una serie de hábitos que poco a poco adquirirán sentido.
Cómo educar para formar personalidades fuertes
Muchos padres consiguen educar bien a sus hijos, fortalecer su carácter y ayudarlos a enfrentar con éxito las influencias perjudiciales que no pueden evitarse.
El liderazgo de los padres permite que sus hijos tengan a la vista el ejemplo de verdaderos héroes de la vida cotidiana, de guías reales, por lo que en el fondo los hijos quedan convencidos de que vale la pena ser como sus padres e imitarlos.
Ese liderazgo auténtico es exigente, requiere congruencia por parte de los padres, sólidas convicciones, un esfuerzo constante por llevar a la práctica lo que dicen y lo que creen; una enorme constancia para formar hábitos positivos en sus hijos, así como una gran cercanía afectiva con ellos (véanse los Esquemas 2 y 3).
El auténtico liderazgo de los padres permite la identificación positiva de los hijos con sus progenitores.
El momento en que los padres empiezan a educar es otra de las razones del éxito. Los padres de los niños que llegaron a la madurez con sus valores intactos sin duda ejercieron un liderazgo firme e inteligente desde que sus hijos estaban en edad preescolar; establecieron oportunamente un marco definido de reglas y de disciplina, con lo que consiguieron formar la conciencia y el carácter de sus hijos.
La flexibilidad y la comprensión no están reñidas con las normas y los límites de la convivencia; al contrario, se apoyan y se facilitan mutuamente, además de ayudar a establecer un clima familiar armonioso. La familia no es el ejército: es el ámbito del amor y de la aceptación incondicional, pero es también donde las personas crecen como tales, donde unos a otros se animan a ser mejores.
No hay que esperar a que los niños crezcan para educarlos; los marcos de referencia establecidos en la edad temprana servirán toda la vida.
Otro de los factores determinantes de una buena formación es que los padres tenían una estrategia a largo plazo, un proyecto educativo para sus hijos. Desde que éstos eran pequeños los padres reflexionaron, intentando contestar esta pregunta: “¿Qué clase de hombre y mujeres quiero que sean mis hijos al llegar a su madurez?” “¿Qué necesito hacer ahora para convertir ese proyecto en realidad?”Y ponían manos a la obra, intentando fomentar hábitos positivos a partir de varias premisas:
1. Acrecentar el amor familiar y hacia las demás personas, y demostrarlo en la vida cotidiana.
2. Un sistema de creencias, una recta filosofía de la vida que oriente a ésta.
3. Esperanza en el futuro, sin visiones ingenuas, pero sin pesimismos; con la confianza de que está bien lo que hacen por educar a sus hijos y de que éstos les responden positivamente.
4. Capacidad de juzgar con acierto en las grandes cuestiones de la vida y en las pequeñas decisiones, actuando con criterio propio y sin dejarse manipular por lo que opina la mayoría.
5. Sentido de la responsabilidad y del respeto hacia los demás.
6. Hábitos de autocontrol de los deseos y los sentimientos.Desde los primeros años de vida de sus hijos, los padres deben hacer para ellos un proyecto educativo.
Los adolescentes y los jóvenes responsables, autodisciplinados, seguros y con convicciones provienen de hogares con padres que tienen esas características y que además se preocuparon de formarles el carácter, conscientes de la subcultura que por todas partes acecha a sus hijos.