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Cómo cultivar el amor conyugal
El amor hay que cuidarlo.
El ocaso del amor es un proceso sutil, casi imperceptible en sus comienzos, del que no nos percatamos con facilidad hasta que las cosas han llegado a un extremo aparentemente insoluble. Para reconocerlo se requiere una gran agudeza y finura en el análisis de los acontecimientos cuya aparente trivialidad encierra consecuencias definitivas.
A veces el enfriamiento empieza con la falta de ilusión por regresar a casa de parte del marido, ya sea porque su trabajo le exige a menudo horas extras, o bien porque piensa que basta con dedicarle a la familia todo el domingo. Todo esto puede indicar que él está perdiendo interés por estar con su esposa y con sus hijos.
Pero también podría ser culpa de la esposa, que ya no se preocupa por resultarle atractiva o lo recibe con indiferencia. Otras veces la indiferencia se manifiesta en la poca atención que ella le dedica a su hogar, o a que descuida variar la comida o porque no se preocupa de su arreglo personal.
En la medida en que la vida familiar es la armonía de las dimensiones del amor conyugal (física, emocional y espiritual), los cónyuges saben que cualquier deficiencia en uno de esos aspectos puede desequilibrar el conjunto.
Por ejemplo, si no se obtiene gozo y plena satisfacción en las relaciones sexuales, entonces, aparecerá un motivo de conflicto e incomprensión que hará menos grata la intimidad. Asimismo, cuando falta afecto y ternura en el esposo, la mujer se siente como un simple objeto de placer para su marido, experimentando la perturbadora sensación de no ser amada de verdad.
La integración afectiva y el compartir los ideales e identificarse con ellos son necesarios para conservar el amor e incrementarlo. Para ello basta con interesarse por el trabajo del marido o por las dificultades domésticas de la mujer; darle su importancia a una fecha significativa; arreglarse especialmente para recibir al esposo después de haber tenido un disgusto con él. Atenciones como éstas seguramente evitarán que el cariño se enturbie y que la fidelidad se debilite.
Los esposos que quieran lograr la máxima perfección en el amor deberán tener en cuenta lo siguiente:
1. Una disposición de entrega.
2. La reconquista del otro, día con día.
Disposición de entrega. Amar supone pensar primero en los demás. Nunca debe negársele al otro nada razonable, aún cuando no sea del todo necesario, por pereza o por apatía. Antes bien, cada uno se esforzará positiva y activamente por procurar el bien del otro, brindándose atenciones y delicadezas.
No se puede alcanzar la felicidad ni es posible brindarla con actitudes egoístas en las que prevalece la búsqueda de bienestar y del placer personal.
O los esposos se disponen a darse sin reservas, o no cabe felicidad dentro del matrimonio.
Reconquistar al otro a cada paso. Como consecuencia de lo anterior, es de esperarse que cada cónyuge se sienta impelido a volver a enamorar a su pareja, a reemprender continuamente su conquista.
Despertar el amor en todos los aspectos es uno de los grandes retos que deben enfrentar todos los esposos y una señal de madurez espiritual, afectiva y sexual.
Ese desafío de la reconquista cotidiana implica algunos actos como los siguientes:
1. El hecho de que la mujer cuide siempre su apariencia física y su arreglo personal.
2. Mostrar interés por los asuntos de la pareja, pero sin entrometerse imprudentemente.
3. Evitar los celos infundados.
4. No dormirse disgustados y saber sonreír al despertar.
5. Cuidar (él) la generosidad en lo económico y (ella) la distribución del gasto, evitando el despilfarro.
Todo lo anterior no siempre resulta fácil de llevar a cabo, pero en cambio resulta de gran valor para la felicidad presente y futura de la familia.
El hombre tiene el deber de ofrecer afecto y ternura a su mujer, de adivinar sus deseos de intimidad y de unión, y de responder a su necesidad de afecto y a sus legítimos anhelos de satisfacción sexual.
Como cabeza de familia, el marido debe ofrecer un trato lleno de delicadeza que de ninguna manera será interpretado como signo de debilidad o de falta de iniciativa. La mujer desea que su marido sea un hombre verdaderamente enérgico y viril, que sea la fortaleza de su sensibilidad femenina.
El interés del marido por su esposa ha de ser superior al que demuestre tener por su profesión y por sus amistades.
En este proceso de mutua reconquista goza de un lugar preferente la comunicación, que nunca deberá interrumpirse. La ausencia de diálogo es lo peor que le puede suceder a los esposos. Pase lo que pase han de conversar, de intentara llegar al fondo de las razones del otro, de comprender sus juicios y de facilitar con cariño una rectificación oportuna. Hay que saber disculpar y perdonar siempre.
Pero aún es mejor decir, con obras, no al rencor, a la venganza, al desquite, al recuerdo de hechos desagradables y ofensivos. Sólo así se conseguirá conservar vivo el amor y evitar romper el vínculo de fidelidad prometida, así como convertir el matrimonio en un remanso para los esposos, para los hijos, y para cuantos participen de su vida cotidiana.
Cuando la mujer sabe ser una esposa dulce, una madre buena y comprensiva; cuando siembra la alegría y la esperanza; cuando le abre caminos a sus hijos y allana un poco los del marido, aún cuando envejezca, como es inevitable, habrá sabido ganarse el afecto de su esposo, el cual tendrá la convicción de que, como madre de sus hijos y compañera de su juventud y edad adulta, su esposa es una mujer irremplazable. Y cuando el hombre pierda su fuerza, su vitalidad y su ánimo de trabajo, la esposa seguirá considerándolo su compañero del camino, su apoyo, ahora fatigado, que todo se lo merece sin importar su edad o su mala salud.