Biblioteca Familiar
-
Dimensiones del amor conyugal
Amor físico
El amor sexual o físico se manifiesta como una tendencia instintiva, en la forma de un atractivo físico mutuo que se dispone a expresarse de manera natural, se nutre de afecto y culmina, por lo normal, en la unión de los cuerpos y su consiguiente satisfacción sexual.
Esa unión no sólo es lícita, sino que también es noble y buena. Por lo demás, es necesaria para consumar la unión de los cónyuges, ya que es expresión de su entrega total, así como para la procreación de los hijos.
Ahora podemos entender por qué solamente en el matrimonio encuentra el sexo su verdadero significado, pleno de humanidad: porque al contribuir a la integración de dos seres, la sexualidad es una manifestación de amor total y de unidad vital.
Es necesario saberse dar y no buscar solamente el goce físico personal ni convertir el sexo en un simple instrumento de placer y al cónyuge en un objeto del cual se puede disfrutar a capricho.
El aseo, el ejercicio, el arreglo personal y todo lo que conduce a serle agradable al cónyuge es una profunda manifestación de amor conyugal.
La unión de los cuerpos debe ser la expresión y el resultado de una unión más profunda.
El matrimonio, la unión de los cuerpos expresa la unión total.
Amor afectivo-emocional
La convivencia de los esposos se basa por lo normal en la comunidad afectiva.
El corazón humano necesita el testimonio del afecto: ansía sentirse querido y estimado. Los esposos deben tratarse de manera que de entre ellos brote esa satisfacción plena. Pero para ello es necesario saber querer y saber expresar el amor. Una caricia, una palabra de estímulo, de disculpa o de perdón, así como cualquier atención con la familia del cónyuge, entre otras manifestaciones de amabilidad aparentemente insignificantes, son formas apropiadas de profundizar en ese amor y de poder lograr esa unidad tan trascendente en la vida diaria.
Cabe destacar el siguiente aspecto, a saber: la delicadeza en el trato. La delicadeza equivale a un gran respeto; es casi una forma de veneración que debe mostrarse a cada instante como esmero, cortesía, ánimo de servicio y de ayuda.
Algunas manifestaciones de delicadeza son, por ejemplo, las siguientes:
1. Sugerir en lugar de mandar.
2. Invitar en lugar de obligar.
3. Sonreír aún en ocasiones difíciles.
4. No echarle en cara sus defectos al otro.
5. Alabar oportunamente una buena comida o una ocurrencia acertada.
6. Evitar las indirectas.
7. No elevar la voz destempladamente.
8. Evitar toda grosería en las expresiones.
9. Respetar el pudor del cónyuge.
Desde luego, hay muchas más cosas por hacer o evitar en este sentido. Se trata siempre, de no ser bruscos, de limar asperezas y de evitar las faltas de educación; no hay que hacer recriminaciones humillantes; se procurará eludir cualquier palabra ofensiva y vencer el mal genio o superar el mal humor pasajero.
Todo eso exige mucha generosidad, entrega y sencillez, a la vez que requiere humildad y espíritu de sacrificio. Pero finalmente conduce a la felicidad, a la paz y la alegría.
Los esposos deben hacerse amables para facilitarse mutuamente su promesa de amor.
Amor espiritual-intelectual
La tercera dimensión del amor conyugal es la que conduce a la comprensión mutua, a la integración de inteligencia y voluntad en la unidad de ideales y en la aceptación de los principios que han de guiar la vida conyugal.
No se trata de estar siempre de acuerdo en todo, sino de llegar a un acuerdo mutuo.
Cada uno de los esposos debe esforzarse por mostrarse receptivo a los ideales del otro para formar con ellos un proyecto de vida en común.
Es posible lograr, al menos, el respeto y la aceptación comprensiva de lo que se sienten incapaces de compartir. Con este fin, los esposos deben conocer cuáles son los defectos y las virtudes de cada uno, de modo que consigan aceptarse y colaborar en su mutuo perfeccionamiento.
El conocimiento es inseparable del amor.
Cuanto más se ama a una persona, mejor se le conoce. Por esta razón el amor entre los esposos, incluyendo la unión sexual, exige la luminosidad del conocimiento recíproco. Si no hay nada que comunicar, difícilmente habrá algo que compartir. El amor conyugal debe conquistarse día con día.
Algo que se olvida con facilidad y no se tiene en cuenta en el momento de analizar las diferencias y los respectivos puntos de vista ante determinados acontecimientos es el hecho de que cada sexo tiene características distintas, aunque complementarias.
Se suele decir que el hombre es cerebral y que obedece más a la lógica, que prefiere la esencia de las cosas en menoscabo de los detalles.
Por el contrario, la mujer parece regirse más por los sentimientos, lo concreto y lo existencial, de modo que le afectan en mayor grado las variaciones del carácter y las emociones del momento.
A las cualidades distintas les corresponden defectos equivalentes. Así, al hombre suelen atribuírsele la fortaleza y la creatividad, la acción y la razón, en tanto que a la mujer se le reconoce una actitud emocional más intensa y una mayor sensibilidad.
La intuición de la mujer es sorprendente. Su vida gira más en torno a su propia intimidad, de donde proceden su intensa vida interior y su gran ingenio. Tiene una enorme capacidad para gozar con los detalles. Su amor se manifiesta fundamentalmente como ternura y alegría. Busca ser mimada, protegida y verse rodeada de atenciones.
El hombre es en el amor como un torbellino que no tarda mucho en sosegarse, absorbido como está por sus ocupaciones profesionales o sociales. La mujer es más bien un murmullo que no cesa y que siempre está pendiente de su amor. El hombre es como la lluvia que pasa; la mujer, en cambio, se asemeja a la tierra que permanece. ¡La madre tierra! El hombre, ante todo, mira, mientras que la mujer gusta de ser admirada.
El hombre inventa, pero la mujer conserva la tradición.
El hombre es abierta tendencia al mando, en tanto que la mujer domina sutilmente por medio de las sinuosidades del sentimiento.
La sensibilidad es el lado débil de la mujer, pero el orgullo es el flanco más vulnerable del hombre.
La mujer requiere el apoyo del hombre para entregarse a él; pero a cambio de esta seguridad ella aporta su ternura y su comprensión.
En fin, todas esas diferencias son las causantes de muchos conflictos cuando no se valoran objetiva y serenamente. Sin embargo, bien utilizadas, esas divergencias son la clave de la felicidad y de la perfecta complementariedad del hombre y de la mujer.
Los esposos deben vivir en un clima abierto a la entrega, superando el egoísmo y aceptando el modo de ser y las imperfecciones del cónyuge, e incluso aquellas cualidades que para el otro pueden parecer defectos. Nada mejor, pues, que mantener en pie un constante deseo de ayuda que contribuye a subsanar los errores y conduzca a la certeza de que muchas cosas desagradables no podrán corregirse en unos pocos días.
No es fácil lograr esa unión de espíritus, pero es trascendental procurarla cada día adoptando una actitud leal, recta, humilde, paciente y sincera, todo lo cual supone un elevado sentido de la libertad, un respeto profundo por las ideas y las características del otro y una aceptación de la perspectiva de cada cual, de su peculiar visión del mundo que, con un poco de buena voluntad, podemos hacer nuestra así sea sólo pasajeramente.
El matrimonio es la unión de un hombre con una mujer. Él debe amar y apreciar la feminidad de ella, y ella la masculinidad de él.