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La dignidad del matrimonio
El matrimonio es una totalidad compuesta por varias fuerzas:
Quien ama dice: Te quiero a ti, sólo a ti, a ti para siempre.
Te quiero a ti significa: eres fruto de una elección.
Sólo a ti quiere decir: te amo de forma exclusiva.
A ti para siempre se traduce en: te prometo fidelidad hasta la muerte.
El matrimonio...¿está en crisis?
Cada día son más frecuentes las quejas acerca de la crisis y la decadencia del matrimonio.
¡Cuántas veces marido y mujer viven mudos y tristes, y preferirían de buena gana esquivar esta situación!
El matrimonio moderno da la impresión, según Joseph Höffner, de ser una fortaleza cercada: los que viven en el interior quieren salir, los del exterior quieren entrar.
Pero sería falso generalizar estos indicios de crisis. La mayor parte de los matrimonios no están deshechos, sino que viven sanos y felices.
El matrimonio y la familia están sometidos, en su forma externa, a cambios históricos y, sin duda, este cambio ha alcanzado proporciones extraordinarias. Sin embargo, lo esencial del matrimonio es aquello que no cambia porque tiene su fundamento en la naturaleza misma del hombre.
El matrimonio, aunque con variaciones accidentales según las épocas y los pueblos, ha existido siempre tal y como nosotros lo entendemos.
Se trata de algo que va de acuerdo con la naturaleza misma del varón y la mujer, que son iguales y distintos (complementarios) y que se perfeccionan mutuamente a través de una unión estable de la que nacen nuevos seres humanos, cuyas necesidades psicológicas, afectivas y educativas requieren la presencia y el apoyo de ambos padres.
Este orden antropológico inicial dio origen a lo que hoy llamamos matrimonio, entendido éste como: un pacto de amor conyugal o elección consciente y libre, por la que el hombre y la mujer aceptan comunidad íntima de vida y amor que exige su naturaleza.
Como toda realidad esencial, el matrimonio es una totalidad en la que coinciden diversos aspectos del hombre. Pero como no nos es posible intuir de una sola mirada la realidad esencial de las cosas, vamos a analizar por partes los diversos aspectos que componen al matrimonio:
1. Fuerza de conservación: sexualidad.
2. Fuerza de preservación: pudor.
3. Fuerza del amor conyugal: amor.
4. Despertar de una nueva vida: procreación.
5. Matrimonio por contrato: vínculo.
Fuerza de conservación: Sexualidad
El poder del sexo como instintivo impulso vital es un presupuesto para la conservación de la especie humana, orientado a un fin que rebasa la esfera de lo individual. El sexo es:
1. Una necesidad vital primaria a nivel especie.
2. Una necesidad secundaria a nivel individuo.
La filosofía judeo-cristiana rechazó siempre las falsas interpretaciones pesimistas de la sexualidad, concibiendo el sexo como una participación el poder creador de Dios, como un bien de carácter superior en la medida en que rebasa la esfera de la individualidad, y relacionado intrínsecamente y en su más profunda dimensión con el matrimonio.
La facultad sexual del hombre no debe confundirse con el instinto sexual. Aquélla abarca más y condiciona el ser del hombre, o de la mujer, en su totalidad. Mientras que el animal no puede resistir al impulso del instinto, sino que es obligado por él para servir a la propagación de su especie, el ser humano, debido a su mayor complejidad psicosexual, carece de una guía certera para su instinto y, por tanto, debe aprender a guiarlo y encauzarlo considerando todos sus aspectos.
Por su enraizamiento profundo en el núcleo vital de la persona, la fuerza del sexo, cuando degenera egocéntricamente, adquiere un tremendo influjo destructor, tanto en el hombre como en la mujer. Por desgracia todos conocemos algunos ejemplos de abuso y de desviación sexual.
La sexualidad mediante la cual el hombre y la mujer se entregan mutuamente, no es algo puramente biológico, sino que afecta globalmente la intimidad de la persona, de tal manera que sólo se realiza plenamente cuando es parte integrante del amor, de un amor que implica la entrega.
La donación física, sexual, sería un engañó si no fuera el signo y el fruto de una donación en la que esté presente toda la persona.
La diferenciación sexual afecta la totalidad del ser humano en su estructura física, psíquica e intelectual, y en los aspectos de la imaginación, la sensibilidad y la afectividad, de tal modo que el hombre y la mujer están especialmente conformados para cumplir con su función específica.
Aún cuando el hombre y la mujer hagan las mismas cosas, el modo de realizarlas es distinto en cada uno de ellos.
El hombre y la mujer, distintos por la diferenciación sexual, participan de la misma dignidad y son complementarios entre sí.
Fuerza de preservación: Pudor
Es propio del hombre defenderse contra toda intromisión en la esfera de la intimidad personal.
Existe, por ejemplo, el pudor espiritual: la tendencia a no descubrir lo íntimo y personal, como es el caso del diario que llevan algunos adolescentes.
El pudor social actúa cuando en su ambiente el hombre cree ver en peligro su prestigio, o su buena fama por andar fuera de moda, por ejemplo.
El pudor sexual hace que la violación de la intimidad tenga graves consecuencias. Al hablar de pudor comúnmente nos referimos al pudor sexual, que no es resultado de la educación o la costumbre, ni efecto del miedo, sino una fuerza preservadora natural que protege la intimidad tanto psíquica como física.
Con la madurez sexual se despierta espontáneamente el pudor, incluso cuando las influencias del ambiente introduzcan a otro modo de proceder.
Esta fuerza de preservación está relacionada esencialmente con el matrimonio y conserva en éste su significado, donde queda protegida la intimidad.
El pudor sexual es una reserva, es guardar la intimidad sexual que, naturalmente, sólo dentro del matrimonio, florece para bien de la persona cuando esa intimidad va acompañada del amor. El pudor se manifiesta como una acumulación de valores que solamente pueden ser develados en la intimidad de la familia.
Así, el matrimonio no sólo es cauce de la fuerza o del instinto de conservación a través del sexo. También es defensor de la fuerza de preservación que el individuo necesita para su madurez y su seguridad.
La fuerza de la preservación encuentra en el amor conyugal su cumplimiento, debido a que el hombre y la mujer, sin temor de violencia, pueden hacer entrega de lo más recóndito y personal de su intimidad.
La intimidad se guarda para entregarla en un amor comprometido.
Fuerza del amor conyugal: Amor
El amor, esta palabra tan sublime y de tan alto contenido, y, no obstante, tan frecuentemente prostituida y manipulada, es un ingrediente básico del matrimonio.
El hombre, llamado a la existencia por amor, ha sido llamado a realizarse igualmente en el amor, porque este afecto es la vocación fundamental e innata de todo ser humano.
El matrimonio es un modo específico de realizar íntegramente la vocación de la persona al amor.
El amor en el matrimonio es un valor insustituible, una fuerza poderosísima, capaz de superar cualquier obstáculo. Este amor tiene ciertas características que lo diferencian de otro tipo de amor: se basa en la diferenciación sexual, es decir, en su específico carácter sexual y, por tanto, procreador.
Este amor, que podríamos llamar de eros, está, hoy día, al principio de la mayor parte de las relaciones conyugales. Es un amor en el sentido más noble, dado que busca un complemento, el enriquecimiento de la vida, y la felicidad, y la plenitud en el ser amado.
Pero, una vez transcurrido cierto tiempo, el eros no bastaría para sobrellevar todas las cargas del matrimonio. Al amor sensible-espiritual tiene que unírsele aquel otro amor que se llama ágape, el cual no tiende, como el eros, al enriquecimiento vital del propio yo, sino al de la persona amada. Este amor no pretende sólo ser feliz, sino hacer feliz, y se conserva lejos del peligro del egoísmo de dos.
El ágape busca la comprensión del otro, lo acepta como es, con sus limitaciones y sus debilidades; en él encuentran pleno sentido todos los aspectos, y por él lo sensible y lo sexual se convierten en una verdadera expresión del amor matrimonial.
Puede haber matrimonios en los que el ágape se una desde el principio al eros. En la mayor parte de los matrimonios, el ágape o amor espiritual crece paulatinamente. Cuando no sucede así, el matrimonio está destinado al fracaso.
En el amor personal amo a la persona del otro, su dignidad, sin amar sólo lo sexual, porque eso sería degradarlo.
Amar al cónyuge cada vez más profunda e incondicionalmente.
Despertar de una vida: Procreación
El amor y la entrega en el matrimonio se orientan, por su misma naturaleza, a la generación de nuevas vidas. El amor conyugal tiene, por tanto, un carácter procreador.
La finalidad intrínseca de la institución natural del matrimonio, desde el punto de vista antropológico, es la procreación y la educación de los hijos, aunque a este fin se añade otro fin yuxtapuesto, que también le es connatural e intrínseco al matrimonio: la comunidad del hombre y de la mujer en el amor.
Comúnmente las parejas se casan porque se quieren, y los hijos llegan como consecuencia de ese amor.
Se puede decir que el fin del matrimonio es la procreación, aunque el fin del que obra sea el amor.
No obstante que el fin amoroso está esencialmente unido a la procreación, adquiere cierta independencia por cuanto también la familia sin hijos puede llegar a realizarse. Por lo demás, se puede limitar la unión sexual a los días naturalmente infecundos de la mujer, con el fin de ejercer una paternidad responsable.
El mutuo perfeccionamiento interior de los esposos y el constante esfuerzo por llegar a realizarse en plenitud es también un fin propio del matrimonio. El matrimonio no debe tomarse en un sentido excesivamente estrecho, como una institución para la procreación y la educación del hijo, sino en un sentido más amplio, como una comunidad abierta a la vida y al amor.
Los esposos, respondiendo a una tendencia natural, incluirán ciertamente el deseo del hijo en su comunidad de amor.
El verdadero amor sexual une tan profundamente que desea manifestarse en otra vida, en el fruto de ese amor.
Matrimonio como contrato: Vínculo
El matrimonio es una unión de voluntades que no puede ser sustituida por ningún poder humano, siempre que los contrayentes quieran contraer realmente matrimonio con una determinada persona,.
El matrimonio es un contrato indisoluble y solamente tiene lugar a través del libre consentimiento de ambos contrayentes.
Es un contrato determinado en su contenido por la naturaleza misma.
La forma contractual del matrimonio crea una obligación ante los cónyuges y ante los hombres; es una exigencia de orden social y, al mismo tiempo, es una manifestación del amor conyugal que se expresa a través del juramento en el que se compromete la entrega total de la persona en su dimensión temporal, para siempre, y en su dimensión espacial de un hombre con una mujer.
La causa del vínculo conyugal es el consentimiento de los esposos el sí pronunciado libre y conscientemente, con plena voluntad. Ese sí se pronuncia por amarse hasta el extremo de decidir deberse amor.
El amor es un valor insustituible dentro de las relaciones conyugales. Es el único capaz de superar todos los obstáculos de la vida matrimonial; sin embargo, la esencia del matrimonio como contrato no es el amor, sino el vínculo contraído.
El matrimonio es anterior al Estado, pues aparece al principio de todas las relaciones humanas. Por tanto, los cónyuges tienen peculiares derechos y obligaciones que no dependen de las legislaciones posteriores. Sólo porque se crea una relación jurídica entre los esposos, su promesa que era gratuita, se convierte en algo debido: su amor personal y sexual.
Estas características esenciales para la validez del matrimonio responden a su doble dimensión corpórea y temporal.
Y así es como se da lugar a las cláusulas necesarias para la validez del contrato:
Primera: entrega de toda la persona y de lo que tiene de sexual (de masculino o de femenino) para dar lugar a la fidelidad: la esposa entrega toda su persona femenina y el esposo entrega toda su persona masculina.
Segunda: entrega de la persona en el tiempo, para siempre. Ello da lugar a la indisolubilidad. No es entrega verdadera la que admite la posibilidad de retractarse.
Tercera: la apertura a la vida: ésta da lugar a la procreación y a la educación de los hijos.
Estos fines garantizan las relaciones sexuales y la vida comunitaria de marido y mujer, y a través de ellos también se garantiza el orden debido en el matrimonio y en el orden social, ya que son fines derivados de la constitución antropológica y no simples deducciones convencionales sometidas a la veleidad de algunos grupos sociales.
Las relaciones de justicia, o jurídicas, que se crean en el matrimonio proceden de los más elementales derechos humanos:
1. Derecho a ser amado con un amor personal, y derecho a una sexualidad personalizada.
2. Derecho a no ser utilizado como objeto.
3. Derecho a realizarse en una comunidad estable e incondicional de vida y de amor.
4. Derecho a ser llamado a la vida por amor y con amor.
5. Derecho a tener padre y madre.
6. Derecho a ser educado y ayudado, a alcanzar la plenitud, etc.
Todos estos derechos se entrelazan con sus consiguientes deberes, que es lo que otorga su plenitud a la comunidad conyugal y familiar. Todo ello se resume en hacer realidad, mediante la propia conducta, los derechos de los demás. Por ejemplo: “Tengo el deber de amarte como esposo(a) plena e incondicionalmente; lo contrario sería injusticia”.