Testimonio
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Una experiencia de misericordia de Dios
Cuando me enteré que mi hija de cuatro años había perdido la visión de un ojo debido a una extraña enfermedad, sentí miedo y desesperación. Me pareció que el mundo se abría bajo mis pies. Que a partir de ese momento habría un antes y un después y que ya no podría volver atrás. Que mi vida ya no volvería a ser la de antes.
Recuerdo que en mi ansiedad, me quedaba largas horas en la noche buscando información en Internet sobre el problema, leyendo sin parar toda la información que imprimía (armé dos carpetas enormes sobre la enfermedad) y buscando médicos especialistas a través de la red. Quería lograr el mejor diagnóstico y el mejor tratamiento para mi hija.
Una santa señora, tímidamente, cuando me vio buscar de médico en médico y no parar de enviar mails a todos los especialistas, me dio un consejo que en ese momento, no lo supe apreciar, pero que fue profético: “No te inquietes, porque la falta de paz no es de Dios” Me acuerdo la rabia que me dio dicho consejo. Pensé: “Muy fácil para ella hablar de que se necesita paz, porque no se trata de su propia hija”. Un día le pedí agua bendita de Fátima y ella me envió agua bendita de Medjugorge, argumentando que lo que yo necesitaba era paz. Yo no sabía nada de Medjugorje y por eso pedía agua de Fátima. Pero cada noche comencé a mojar el ojito de mi hija con el agua de la Virgen de la Paz.
Esperando los resultados de los análisis de sangre que, gracias a Dios fueron buenos, me aferré al Santo Rosario. Se convirtió en mi compañía diaria y ya nunca más me separé de él. Sin que yo me diera cuenta, Maria, Reina de la Paz, empezó a darme esa paz que tanto necesitaba, que se logra cuando voluntariamente nos abandonamos en manos de Dios. Entonces, decidí no ver más médicos (ya había encontrado al mejor) y a partir de ese momento, empecé a confiar más en Dios que en mis propias fuerzas. De a poco, rosarios de por medio, la ansiedad fue convirtiéndose en serenidad, sin que yo tuviera nada que ver en ese cambio.
Cuando el tema médico estuvo solucionado, surgió la necesidad de realizar la operación en una ciudad de los Estados Unidos, donde había experiencia en el tipo de intervención que necesitaba mi hija. Esto implicó un problema económico grande, porque nuestro seguro médico no cubría los gastos y había que quedarse como mínimo un mes. En la ciudad donde nosotros vivimos, no había antecedentes de dicha operación en niños, y como madre (¿quién no hace cualquier cosa por su hijo, aunque parezca algo imposible de lograr?) decidí que la operación la iba a realizar un médico con experiencia. Parecía imposible solucionar el tema económico. Pensando en las posibles soluciones, aquel consejo inicial de aquella señora me hacía eco en el oído: “Lo que tu necesitas es paz”.
Entonces, decidí abandonar todo en manos de la Virgen y pedirle y pedirle hasta el cansancio por medio del Rosario, que solucionara el problema económico, para poder hacer lo mejor para mi hija. Recuerdo que faltaban 15 días para la operación y todavía no sabía dónde me iba a hospedar y cómo iba a pagar todo. Una amiga me preguntaba: “¿Qué vas a hacer con los gastos? Y yo le contestaba: “La Virgen lo va a solucionar”. De verdad, mi paz no era fingida: yo misma estaba asombrada de ella. Era un paz llena de esperanza, que me hacía ver todas las cosas de manera positiva. A esa misma amiga le comenté: “Estoy adicta al Rosario”. Y era verdad. Nunca antes había rezado el Rosario tan seguido. Mirando para atrás, me doy cuenta que fue el Rosario el que marcó una diferencia en mi vida. Fue el Rosario el que literalmente me “salvó”. Me doy cuenta que fue la Virgen la que a través del Rosario, me fue entrenando de a poco, para sobrellevar con paz, todo el sufrimiento que me esperaba en Boston.
Por supuesto que pudimos viajar y operar a la niña donde más los médicos sabían de su problema. La Virgen se encargó de solucionarlo todo. Pero más importante que las soluciones económicas, fueron las gracias espirituales que recibió toda la familia.
Recuerdo que leí en un libro, que un sacerdote santo que había estado preso dos años injustamente por los comunistas, y que había sido torturado y abandonado, cuando le preguntaron qué tenia que comentar sobre esos años, había dicho: “Fue una experiencia de misericordia de Dios”. Cuando leí esto me emocioné mucho, porque era lo mismo que yo había pensado desde un principio, al aparecer el problema de mi hija en mi vida. Era como si Dios me quisiera decir: ”No te preocupes. Vas a sufrir mucho, pero por favor no creas que es porque no te quiero, porque es todo lo contrario”
¿Cómo explicar que la enfermedad de mi hija la sentía como una muestra de la misericordia de Dios? Parecía una locura. Desde el punto de vista humano, era una contradicción. Pero a los ojos de Dios, el sufrimiento es un privilegio para las almas. Y si nos abandonamos en Él y aceptamos su voluntad (sea lo que sea), lo terminamos por entender. Lo que parece una locura se convierte en algo lógico. ¿Acaso Dios no ha hecho sufrir siempre a sus seres más queridos? ¿Cuánto ha sufrido la Virgen? ¿Cuánto han sufrido los Santos? Aunque nos cueste entenderlo, la Cruz, el sufrimiento, es el camino más rápido para llegar a Él.
Sor Faustina, una santa Polaca, a la que se le apareció Jesús Misericordioso, decía: “Si las almas sufrientes supieran el valor que tiene el sufrimiento, llorarían de alegría.. Llegará un día en que ya no se podrá sufrir más.” Y decía también: “Si los Ángeles nos pudieran envidiar, nos envidiarían dos cosas: el sufrimiento y la Eucaristía.” Para el Padre Pío, las pruebas “eran los mimos de Dios”.
Medjugorge, el Padre Pío y Sor Faustina: ellos fueron los tres que me ayudaron a entender y a sobrellevar el sufrimiento de mi hija de la manera en que Dios quería que lo pasara: aceptando su voluntad. El Padre Pio: porque es el Santo que enseña a sufrir. Sor Faustina: porque nos muestra cómo el sufrimiento es un acto de misericordia de Dios, y Medjugorge: porque allí se aparece la Reina de la Paz, dispuesta a darle paz al que lo pida. Yo necesitaba que me enseñaran a sufrir como Dios quería.
Mi viaje a Boston representó uno de los momentos más duros de mi vida (no recuerdo otros peores) y, al mismo tiempo, uno de los momentos en que más paz tuve. Lo que desde el punto de vista humano parece una tragedia, desde el punto de vista sobrenatural se convierte en una experiencia positiva.
Por eso, cuando me preguntan cómo hice para soportar tanto tiempo separada de mis chiquitos que habían quedado en la ciudad donde vivimos, o para tener paz en los momentos difíciles de las operaciones estando sola, yo contesto que nada es mérito mío, que la fortaleza que tuve fue prestada y que Dios y la Virgen no me dejaron sola ni un solo instante. Paz y sufrimiento: parece una contradicción, pero se vuelven compatibles sólo con la ayuda de Dios y de la Virgen.
Nosotros solos no podemos nada. Si hubiera sido por mis propias fuerzas, me hubiera hundido en la desesperación. NO hubiera podido tener fuerzas para estar separada del resto de mis hijos por dos meses enteros. Para pasar fechas especiales sin ellos. Para estar sola, para ver sufrir a un angelito en dos operaciones terriblemente dolorosas, etc. Pero con la fuerza de Dios, somos capaces de todo. Eso sí; no hay que confundirse y debemos reconocer que nuestras fuerzas son prestadas.
La primer operación tuvo un período post-operatorio muy doloroso. Por primera vez en mi vida, sentí la peor impotencia que puede sentir un ser humano: la de ver sufrir a un hijo y no poder hacer nada para evitarlo. Me acuerdo que en un momento determinado, cuando la veía llorar de dolor, me enojé con Dios y le decía: “¿Por qué? ¿Por qué tiene que sufrir este angelito de esta manera? Por favor, yo quiero sufrir por ella. Dame estos dolores a mí. Dámelos todos a mí”. Esa impotencia me sirvió para reconocer a Dios en todo su poder y a mí como una nada. Y al reconocerme como nada, me pude llenar de su Todo. El sufrimiento es duro, pero nos deja con el alma al desnudo y eso es bueno, porque nos hace humildes y nos deja aptos para llenarnos de Dios. Nos damos cuenta que Él es nuestra única seguridad en nuestra vida.
Luego de la pesadilla de la primer operación, le prometí a mi hija que no iba a volver a pasar otra vez por esos dolores, que ya había pasado todo. Nunca imaginé que las cosas se iban a complicar y que iba a ser necesario pasar otra vez por un suplicio peor todavía. ¡Cuál sería mi sorpresa y dolor cuando tres semanas después, cuando ya tenia mi pasaje para volver a reunirme con mis otros tres hijos, me enteré, en una de las ultimas consultas, que había surgido una complicación y que tenia que quedarme más tiempo, porque había un 60 % de posibilidades de que hubiera que operar otra vez Obviamente, me aferré al 40 % de las posibilidades.
Me acuerdo que en uno de esos días en que esperaba fecha para el examen bajo anestesia que le tenían que hacer para ver si había que hacer una segunda operación o no, le comenté a una amiga argentina, que me sentía sin fuerzas para soportar todo lo mismo otra vez. Me acuerdo que me miró con mucha paz y me dijo unas palabras claves que en ese momento no me cayeron bien: “¿Sabes cuántas almas va a salvar?” y yo pensé: “No me importa. No quiero que mi hija salve almas. Que salve otra. NO mi hija”. Me regaló una estampita de la Virgen de Medjugorje (allí me enteré que ella había estado dos veces en Medjugorje. --Oh! ¡Casualidad!) con un oración para los enfermos que el propio Jesús le había dictado a una de las videntes. La oración hablaba de aceptar la voluntad de Dios y de que la salud del alma era más importante que la del cuerpo.
Nunca recé tanto en mi vida para que no hubiera una segunda operación. Rezaba todas las novenas habidas y por haber. Pero no podía rezar la oración de mi amiga. No quería aceptar la voluntad de Dios en el caso en que hubiera una segunda operación. Mientras esperaba una resolución, sentí que tenía que rezarle a Jesús Misericordioso y empecé a leer todos los libros que encontré sobre Medjugorje. Todo eso me sirvió para entender esta vez mucho mejor que en la primera operación, que el SUFRIMIENTO, CUANDO SE OFRECE, ES DE MUCHO VALOR. Y QUE SE PUEDE SALVAR ALMAS CON ESE OFRECIMIENTO.
Por eso, cuando dos semanas después le hicieron el examen y resultó que, efectivamente, había que volver a operarla, en ese momento en que me enteré, acepté la voluntad de Dios porque era clarísimo que eso era lo que Él quería. Y cuando la acepté, recibí toda la paz y fortaleza que necesitaba para pasar otra vez por lo mismo y esta vez separada de toda mi familia. Además, la segunda operación fue peor que la primera y mucho más dolorosa. Sufrí mucho y mi pobre niña también, pero Dios no se dejó ganar en generosidad. Cuando nosotros le damos algo, Él nos responde con el doble. Esta vez pude ofrecer el sufrimiento que significaba para mí el ver sufrir a mi hija y además, ella misma lo pudo ofrecer también. Le expliqué que cuando tenemos un dolor, nos convertimos en alguien muy importante para Dios, tan importante que si le regalamos a la Virgen ese dolor, Ella puede convertir a los malos en buenos. Me acuerdo de verla una vez apretar su medallita milagrosa en el medio de sus dolores y lágrimas. Cuando le pregunté si le había dicho algo a la Virgen, ella me respondió: “Le dije que los malos fueran buenos.” En ese momento entendí la importancia de lo que me había dicho mi amiga: “¿Sabes cuántas almas va a salvar?” ¿Cuántas almas puede llegar a salvar el sufrimiento de un niño cuando es ofrecido?
Gracias a Dios, ni su dolor ni el mío fueron en vano. Aceptar la voluntad de Dios es realmente mágico. Es sustituir nuestra debilidad por su fortaleza. ¡Son tantas las maravillas que Dios puede hacer en nosotros cuando le abrimos nuestro corazón en el sufrimiento! Aceptar la voluntad de Dios y confiar en Él, es la clave para tener paz en los momentos de dolor. Y también para crecer espiritualmente en las cosas de Dios. Porque en su infinita misericordia no sólo nos reconforta, sino que - además - nos ilumina.
Los peores momentos que pasé en Boston fueron después de la segunda operación porque estaba separada de mis otros tres hijos. Llegué a estar dos meses separada de los chicos y el menor tenia apenas un año y medio. Era tanto lo que extrañaba que no podría explicarlo. Junto con la segunda operación, todavía me esperaba una noticia impactante: el médico me dijo que había tenido que tomar una decisión y que le había puesto una válvula de gas en el ojo a mi hija. Esto significaba que me tenia que quedar ocho semanas más en Boston, porque no se podía viajar en avión hasta que dicha válvula desapareciera. No me importó. Enseguida pensé: “Si esto es lo que Dios quiere, entonces Él me va a ayudar a que toda la familia se reúna conmigo en Boston.” Algo que parecía imposible desde el punto de vista humano, porque no teníamos hospedaje para tantos (yo estaba compartiendo un cuarto con un matrimonio) y no teníamos cómo pagar los gastos. Pero, ¿qué es imposible para Dios?
Esta vez dejé todo en manos de la Virgen y yo me ocupé de la recuperación de mi niña.
A la Virgen le dije: “Yo me ocupo de tus cosas (rezo por tus intenciones, etc) pero Tú ocúpate de las mías” (esto lo había leído en un libro sobre Medjugorje). Y obviamente, la Virgen me ganó en su eficiencia. De una manera tan asombrosa me ayudó que la señora americana que compartía conmigo la vivienda estaba impactada. Cuando mi marido me llamaba y me preguntaba dónde se iban a hospedar, yo le contestaba: “!La Virgen nos va a ayudar!”
Y así fue. Nos consiguió dos meses de hospedaje gratis en una de las cuidades más caras del mundo. ¿Cómo? Iban surgiendo apartamentos ofrecidos por gente que apenas conocíamos. Cuando nos teníamos que ir de uno, surgía milagrosamente otro. Nos mudamos siete veces pero pudimos estar juntos sin gastar un peso en el hospedaje. También nos consiguió ayuda en comida, y hasta trabajo. Todo iba sobre ruedas. Y así es como vamos cuando realmente confiamos en Dios. “Dios proveerá” no es un chiste cuando creemos realmente. Es posible vivir de la Divina Providencia si se tiene Fe y se ponen todos los medios.
Ahora puedo decir que mis recuerdos de Boston son recuerdos de agradecimiento. Nunca sentí mas cerca de mí el Amor de Dios. A pesar de que sufría, Dios se ocupaba de todos los otros detalles. Me sentía como mimada.
Yo quisiera que todos aquellos que tienen algún familiar enfermo pudieran experimentar el Amor que Dios nos tiene preparado para el momento en que nos llega la Cruz. Esa Cruz que nos asusta, que creemos que no somos capaces de llevarla, es el camino más rápido hacia Jesús. Es una fuente de Gracia. La cruz nos puede cambiar de vida, si abrimos nuestros corazones a Dios.
Cuando uno está sufriendo, es fácil abrirle el corazón a Dios. Pero Él nos pide más: nos pide que aceptemos su voluntad. Que nos hagamos nada para llenarnos de su Gracia. Eso es lo que cuesta. Pero cuando lo entendemos y lo dejamos todo en sus manos, cuando nos damos por vencidos y decimos: “Señor, ¡yo no puedo! ¡Ocúpate Tú!”, entonces la respuesta supera cualquier expectativa. Vamos como sobre ruedas, con una paz y fortaleza que nos asombra y que fácilmente nos damos cuenta que no es nuestra.
Las siguientes palabras que encontré en un libro me ayudaron mucho a entender todo esto:
“No le tengas miedo a la Cruz. No importa el tamaño ni la forma. Cuando llegue, pídele al Señor que la cargue por tí. Y encontrarás a Maria, la Virgen Dolorosa, esperándote a los pies de tu cruz y Ella convertirá en gozo los dolores de tu vida”.
Sólo le pido a Dios que me ayude a perseverar en todo esto y que me siga dando fuerzas para aceptar el sufrimiento como Él quiere que lo aceptemos.
Carmen V.