Testimonio
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Estamos un poco más solos
¿No les pareció siempre, que el Papa Juan Pablo II iba a estar entre nosotros eternamente? A su imagen de santidad, se le añadía esa energía y esa luz que casi lo acercaba a la idea de una inmortalidad. No queríamos que se fuera, que nos dejara solos. Queríamos que siempre estuviera allí, con su ternura, su sonrisa y su fuerza, su mirada penetrante con la profundidad de los que pueden verle el rostro a Jesús.
Tuve la suerte, ¿te acordás Mamá?, de asistir a una misa oficiada por él en Maracaibo, el 27 de Enero de 1985. Era un día especial, dentro de una etapa bastante dura que vivíamos en casa, y en el que Pablito cumplía tres añitos.
Yo dudaba de ir a la misa, pero tu me convenciste, y en ese pequeño hecho, me hiciste uno de los más grandes regalos que una madre le puede hacer a un hijo. Desde ese día, comenzó mi largo proceso de acercamiento definitivo a la fe y a la esperanza. ¿Porqué no decirlo, que desde aquel momento, el Papa oficiaba de intermediario para darnos un poquito de la gracias de Dios, sin grandes milagros que escandalizan, sino a través de pequeños hechos. Y el que puedo contar es que tras subirme a un ómnibus aquel tórrido domingo, llegué hasta el lugar de la misa, el espacio que ocupaba un antigüo aeropuerto, al que asistirían cientos de miles de personas. Caminé entre la muchedumbre que se iba aglomerando sin tener una idea exacta de donde ubicarme, hasta que finalmente vi a Isabel, tu compañera de trabajo, junto a toda su familia. De esa forma pude compartir la misa con gente querida y acompañado.
Me acuerdo de haber corrido, después de la misa, hacia la avenida por la cual circularía el Papamóvil, y allí, en un claro de la vereda, lo vi pasar a una distancia muy corta. Hoy todavía lo veo, dentro del vehículo, saludando e iluminado por la luz de la cabina.
Aquel año fue de definiciones para nosotros, y creo que su visita nos despejó el camino para resolver el futuro de nuestras vidas, sin duda, hacia un destino mejor, tras un duro proceso.
Dos años más tarde, en Abril de 1987, volví a recibir la gracia de estar junto a él en un encuentro con los jóvenes -en aquel entonces yo también lo era- en el Estadio Nacional de Santiago de Chile. Una experiencia inolvidable, que me ayudó a afirmar aún más mi recorrido hacia la fe de la mano de ese padre.
Cuando el Arzobispo Renato Boccardo afirmó al morir Juan Pablo II que "esta noche nos sentimos un poco huérfanos" estaba ilustrando el legado de éste, nuestro Papa querido: el de un pastor, el de un padre que va en búsqueda y rescate de sus hijos, y los trae de regreso al camino. Esa es su obra, ese es el sentido de su misión que deberá quedar entre quienes lo vimos, como nunca antes, como la auténtica presencia de Jesús en este mundo.
No hay otra interpretación posible, ni reparo o reclamo válido a su obra, sino la de actuar como Jesús, en un tiempo en el que la irrupción del mal se manifiesta con una virulencia inquietante -lo afirman teólogos, filósofos e historiadores laicos como creyentes- y donde ahora sí, nos vamos vaciando de líderes de voluntad e intención bondadosas. Algo nos debe llamar a la conmovedora reflexión que un hombre que simplemente actuó y pensó a través de la pureza de la bondad hoy tenga tantos, millones de deudos que lo lloran.
Hoy tenemos la sensación de que se ha cerrado una puerta. Pero que a la vez se ha abierto otra, la de seguir ese duro camino que él nos abrió, forjado en un milagro que duró, frente a nuestros ojos, más de un cuarto de siglo.
Hoy nos sentimos un poco más solos, sin él junto a nosotros, pero hoy más que nunca, quienes lo quisimos y lloramos su partida, debemos acompañarnos y consagrarnos al auténtico mensaje que nos deja.
No tengamos miedo.